Para un profesional sanitario creyente, la salud no sólo comprende la dimensión física, pues el ser humano es entendido como un todo integral que abarca tres ámbitos: cuerpo, alma y espíritu.
En 1° Corintios 6:19 el Apóstol San Pablo señala: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”.
El apóstol enfatiza lo importante que es nuestro cuerpo para Dios y la responsabilidad que tenemos sobre él. Dios espera que cuidemos de nuestro cuerpo y que éste sea una herramienta para poder vivir y desarrollarnos tanto física como espiritualmente.
Teniendo como base lo expuesto en los párrafos precedentes, queda claro que un creyente debe velar por su salud y la de los demás, más aún cuando se trata de profesionales del área que son católicos, quienes necesariamente deben compartir el criterio del Apóstol, en el sentido que el cuerpo, y por ende la vida, son realidades sagradas que debemos proteger y nunca destruir, herir o agredir. De esto se colige que un aborto inducido, en sí mismo, constituye un atentado tanto para la salud de la madre como para el ser humano que está por nacer. Este pensamiento resulta totalmente opuesto a las políticas públicas que en este aspecto ya se han implementado, o se está en vías de hacerlo, en casi todas las naciones del planeta, en las cuales se considera que el aborto constituye un problema “de salud pública”, razón por la cual debe establecerse como una prestación de salud para la mujer que desee practicárselo, es decir, se estima que es un derecho humano, pues el no nacido no es persona y no tiene derecho a la vida, en cambio la mujer, según esta visión modernista, tiene derecho a que la maternidad sea voluntaria. En cambio, la visión cristiana se sustenta en el respeto del embrión humano, ya que considera que “El hijo es siempre un don, no un derecho ni un producto. La vida del embrión no puede ser el precio que se paga para satisfacer el deseo de los padres. El hijo es concebido, no producido, es una persona que se acoge, no un objeto que se encarga”.
Atendido lo anterior resulta crucial que los profesionales de salud cristianos estemos alerta a las leyes que se implementan en estas materias, a fin de que la normativa legal asegure siempre y de manera amplia la objeción de conciencia, permitiendo a médicos/as y a otros integrantes del equipo de salud e incluso a establecimientos privados de salud, abstenerse de realizar la referida interrupción del embarazo, en virtud de sus creencias morales y religiosas.
En nuestra calidad de profesionales de la salud católicos, creemos profundamente en la ley natural, que el Creador todo lo dispuso de manera perfecta y que, por ende, la señalada ley nunca debe ser violentada, ya que cuando esto ocurre se presentan situaciones que afectan la integridad del propio ser humano, toda vez que esta ley está “escrita en su corazón” (cf. Rm 2, 14-15), sin embargo, cuando se oscurece la conciencia no se capta con una adecuada claridad.
Cabe señalar que la mujer que está dispuesta a practicarse un aborto, debe saber que, sea cual sea la técnica utilizada, el aborto provocado es un procedimiento invasivo, ya sea quirúrgico o químico, que como tal siempre se acompaña de un riesgo para la salud. Debe tenerse presente que un aborto inducido consiste en una cirugía sobre el útero, por ende, puede derivar en daños físicos severos, tales como: perforación uterina, inflamación pélvica, cicatrices uterinas, adherencias, etc, lo que puede afectar la fertilidad futura de la mujer. De hecho, los ginecólogos han constatado que muchas mujeres, luego de someterse a uno o varios procedimientos abortivos, van perdiendo la capacidad para embarazarse o bien presentan abortos espontáneos. En casos extremos de complicaciones hemorrágicas o infecciosas puede hacerse necesaria la extirpación del útero o parte de este. En caso de que la mujer experimente daño en el cuello del útero, en embarazos futuros, aumentará el riesgo de perder al hijo, al verse enfrentada a un parto en extremo prematuro. Queda claro que el ser humano se daña a sí mismo cuando se transgrede la ley natural.
Adicionalmente a lo anterior, el hecho de haberse practicado un aborto podría llegar a afectar la relación de pareja. Hay estudios que indican una incidencia de ruptura de parejas entre el 60% y el 70% tras un aborto provocado. Ello puede deberse a diversas razones que pueden confluir en cada caso, ya sea varias de manera simultánea o sólo una de ellas. Puede ocurrir porque la mujer se haya sentido presionada a abortar por la pareja, que alguno de los dos sufre en mayor medida la pérdida del hijo y no encuentra en el otro el apoyo emocional que necesita, que uno de los dos deseaba tener el hijo, o porque aparecen problemas derivados de las secuelas que podría sufrir la mujer tras el aborto: disfunciones sexuales, dificultades para superar el trauma del aborto, etc.
Por otra parte, en relación al aspecto psicológico, también pueden derivarse consecuencias negativas a raíz de un aborto inducido, tales como el trauma y el duelo. Se han asociado con los abortos cuadros de ansiedad, depresión e incluso suicidios. Los estudios revelan que, transcurridos nueve meses desde el aborto, el 18% de las mujeres presentan estrés post traumático, el 17% cuadros ansiosos ya sea moderados o graves y, el 6% cuadros de depresión moderada o grave. Esto revela que muchas veces la mujer queda dañada a nivel del alma.
En cuanto a lo que nos atañe como creyentes en Cristo, hacemos nuestras las palabras de San Juan Pablo II, contenidas en su encíclica “Evangelium Vitae”, en cuanto afirma: “Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aún entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término”.
Creemos que la vida humana, como un don de Dios, es sagrada e inviolable. El Hijo de Dios se ha unido con todos los seres humanos y desea que compartamos la vida eterna con Él. Por ello, los ataques directos a la vida humana siempre resultarán inaceptables. Aun así, tristemente vemos amenazas nuevas y crecientes para la vida humana que emergen a una escala alarmante. A menudo, estas nuevas amenazas son justificadas, protegidas e incluso promovidas por nuestras leyes y cultura. Aunque las raíces de la violencia contra la vida no son nuevas -remontándonos al Génesis, cuando Caín tomó la vida de su hermano Abel- nuestro mundo moderno ahora sufre bajo la implantación de una “cultura de muerte”. Los avances científicos y tecnológicos y un creciente mundo secularizado han provocado, lo que San Juan Pablo II denominó “un eclipse del valor de la vida humana”.
Los gobiernos y las instituciones internacionales promueven el aborto como marca de progreso y libertad. Sin embargo, esta es una concepción falsa y perversa, en la cual se desea circunscribir el concepto de libertad con un individualismo absoluto. A medida que las culturas y las sociedades fallan en reconocer estas verdades objetivas, todo se vuelve relativo y todos los principios se ponen en tela de juicio, incluso el derecho fundamental a la vida. La entrega de Cristo en la cruz revela cuan preciosa es la vida verdaderamente y nos da la fuerza para comprometernos a desarrollar una “cultura de la vida”.
La sociedad en su totalidad debe respetar, defender y promover la dignidad de todas las personas, en todo momento y en todas las condiciones de la vida de esa persona. Dios nos llama a estar abiertos a la vida con un sentido de generosidad frente a la posibilidad de ser co-creadores con Él y a valorar la vida humana sobre otros bienes, invitándonos a ser administradores y no árbitros de la vida.
Por lo tanto, somos llamados a reverenciar y amar a todas las personas, siendo nuestra responsabilidad cuidar y proteger la vida humana, especialmente la vida de los más desamparados, entre estos los no nacidos.
Por:
Dra. Angélica Silva Salas, Médico de Familia. Magíster en Salud Pública, Universidad de Valparaíso.
EM Danilo Vergara Herrera, Enfermero-Matrón. Director Consultorio San Benito.
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