DOMINGO 2 DE PASCUA B
CAMINAR JUNTOS CON JESÚS
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
Los primeros cristianos hoy están con miedo a los judíos, encerrados. No tienen fuerzas ni entusiasmo para salir. En este texto bíblico y en los demás de las apariciones la primera y humilde comunidad está paralizada, no se mueven, están desconcertados. Solos no pueden salir.
Por eso viene Jesús resucitado y se presenta delante de ellos, les muestra las manos y el costado, los signos de su amor en la Pasión. Jesús resucitado tiene la iniciativa de venir a buscarlos, restaurarlos como comunidad. Viene con su Paz. Viene con su Espíritu Santo. Les sopla el Espíritu Santo para que así como al comienzo de la creación el ser humano reciba la vida.
En este tiempo pascual y de la Iglesia sinodal el Señor nos hace ver que Él lleva la Iglesia, que su Espíritu Santo la rehace. Por eso los discípulos quedaron llenos de alegría al ver al Señor.
Nuestra Comunidad de Iglesia se convoca no por sí misma sino que es el Señor quien nos convoca, nos llama, nos reúne. Él tiene la iniciativa en la Iglesia. Por eso en cada eucaristía se hace presente, él es el protagonista de la Misa. Nos dice el Papa Francisco: “La experiencia que vivieron los apóstoles al anochecer de aquel día, el primero de la semana, nosotros también la revivimos, de modo misterioso, pero real, recogida en torno al altar para celebrar la Eucaristía”
Salvadas las diferencias nuestras eucaristías son la Presencia del Resucitado. Jesús el actor principal de nuestras Misas. Él nos da el perdón, nos da su palabra, nos envía, nos sopla el Espíritu, nos presenta y nos da su Cuerpo y Sangre.
En este tiempo que la Iglesia quiere crecer en sinodalidad, en comunidad este Evangelio nos invita a vivir con otros la fe, vivir la comunidad, no alejarnos de la vida comunitaria.
Santo Tomás, por un rato quiso caminar solo, por su cuenta, no compartió con los demás y por eso se perdió la aparición de Jesús relatado en el primer domingo. Pero además Tomas no les cree a los hermanos y hermanas que le dicen con alegría: Hemos visto al Señor. No le cree a la Iglesia. Pero Jesús lleno de misericordia no sólo quiere restaurar la comunidad apareciéndose sino que también quiere recuperar a Tomas y en el segundo domingo se aparece sólo para él. Están todos, pero el Señor se dirige directamente a él: Tomás trae aquí tu dedo. El Señor con una misericordia tierna lo atrae a Él. No lo deja en su duda, en su cerrazón.
Y lo hermoso de Tomás es que se rinde ante la Presencia y el Amor de Jesús haciendo la oración más bella del evangelio: Señor mío y Dios mío. La misericordia de Jesús es mas fuerte que el pecado de Tomás y que el mío y el tuyo. Él se acerca a toda persona que peca y le ofrece su misericordia y su perdón.
En este Año de la Oración oremos: “En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca en este día
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque Él es el verdadero Cordero
que quitó el pecado del mundo:
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró nuestra vida.
Por eso, con esta efusión del gozo pascual,
el mundo entero está llamado a la alegría
junto con los ángeles y los arcángeles
que cantan un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:
Santo, santo, Santo”.
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (Ciclo B)
Domingo de la Divina Misericordia
Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos estas lecturas del próximo Domingo:
a.- Hch.4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo.
b.- 1Jn. 5,1-6: Nacidos de nuevo para una esperanza viva.
c.- Jn. 20,19-31: A los ocho días llegó Jesús.
– “Al atardecer de aquel día, primero de la semana…se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” (Jn.20, 19s).
El Evangelio nos presenta a Jesús en medio de sus discípulos el día de la resurrección por la tarde, en un ambiente cerrado, como el día de la despedida. Jesús, a quien el Padre ha resucitado por la fuerza del Espíritu Santo (Rm.1,4), se aparece a los Doce (cfr. 1Cor.15,5). Les da la paz: “Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros” (vv.19.21.26). Les muestra sus manos y el costado, es decir, que la resurrección, supone la cruz; el Crucificado, es el mismo que ha resucitado. Cruz y resurrección, desde ahora deben ir siempre unidas en el Señor, pero también en sus discípulos. Su presencia, provoca la alegría de éstos, alegría que ya les había presagiado (cfr. Jn. 16, 20-22). Conocemos también estas palabras: “Como el Padre me envió así os envío yo” (v. 21), esta sentencia pertenece al patrimonio del evangelio de Juan (cfr. Jn. 14-16), y que ahora adquieren un sentido nuevo. “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (vv. 22-23). Es la Pentecostés joánica, la hora en que el Hijo glorifica al Padre con su elevación a la cruz y su entrega del espíritu en la muerte, y es también la hora en que el Padre glorifica al Hijo en su resurrección. El soplo de Jesús sobre los apóstoles es de vida nueva, es la nueva humanidad nacida del misterio pascual de Cristo (cfr. Gen.2,7; Ez.37,7-14), una nueva creación. Les comunica su misión (v.22); su Espíritu Santo; el perdón de los pecados. El don del Espíritu Santo se comunica como poder contra el pecado; este es el poder que el Resucitado comunicó a los Doce y a sus sucesores. Poder que perdona o retiene los pecados, según las disposiciones interiores del pecador, autoridad que viene de Jesús. Perdonar los pecados y el retenerlos, viene del poder de atar y desatar. Con ello Jesús Resucitado, constituye a los apóstoles en jueces de la sociedad, porque han recibido el Espíritu de la Verdad, saber discernir en comunidad eclesial la realidad que los circunda. La resurrección es una verdad sobrenatural, no extraña que no todos estén convencidos de ella, algunos dudaron (cfr. Mt. 21,17).
– “Luego dice a Tomás: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos…no seas incrédulo sino creyente” (Jn.20, 27s).
Si la comunidad ha tenido su experiencia del Resucitado y expresado su fe, ¿qué sentido tiene esta aparición de Jesús a Tomás? La intención del evangelista es representar a Tomás, como modelo de incredulidad (cfr. Mc.16,14; Mt.28,17; Lc.24,37-41), y de los futuros discípulos. Juan, quiere mostrar al Resucitado, como el buen Pastor que conduce a sus discípulos, y a las nuevas generaciones de cristianos a la madurez de la fe: creer sin ver cimentado en el anuncio de la comunidad, los primeros testigos. A la semana siguiente, Jesús regresa a la comunidad y también Tomás, quien contempla a Jesús, que lo llama a tocar los signos de la Pasión y a dejar de ser incrédulo y convertirse en hombre de fe (v.27). Jesús, conoce su interior, acepta sus condiciones, pero lo invita a superar lo sensible, crecer en la fe, para contemplar al resucitado y así tener su propia experiencia de Cristo vivo y glorioso. Esta experiencia con el resucitado suscita su confesión es una de las más confiadas y realistas de todo el evangelio: “Señor mío y Dios mío” (v.28). Esta es la verdadera confesión de fe explícita y directa en la divinidad de Jesús. Nosotros no exigimos más pruebas, por ello, Jesús nos declara bienaventurados (v. 29). Todos los signos realizados por Jesús, como el mejor pedagogo, lleva a sus discípulos en su camino de fe.
La lectura mística. Santa Teresa de Jesús, posee la experiencia de Jesús resucitado, que transformó su vida en clave mística. “Su Majestad nos ha de meter y entrar él en el centro de nuestra alma; y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos, cuando dijo: pax vobis (Jn 20,19), y salió del sepulcro sin levantar la piedra. Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo centro, aún más que aquí mucho en la postrera morada. ¡Oh, hijas, qué mucho veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria, y entender que no somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus maravillas! ¡Sea por siempre alabado, amén!” (5 Moradas 1,12-13).
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