Domingo 19 de mayo 2024
Domingo de Pentecostés
“PENTECOSTÉS AYER. PENTECOSTÉS HOY“
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
El primer Pentecostés, la primera venida y efusión del Espíritu Santo se manifestó con cuatro características: Estaban reunidos en oración, con María y recibido el Espíritu salieron a proclamar las maravillas de Dios.
1.- ESTABAN REUNIDOS: Desde el comienzo la Iglesia es sinodal, vive en comunidad la fe. Se reúnen, se buscan, se llaman, se agrupan. La vida comunitaria es algo esencial a la fe. No somos católicos a mi manera. Somos católicos con la Iglesia, con la comunidad concreta en la que participamos. El Espíritu Santo se “aparece”, se manifiesta en comunidad. Nos dijo el Papa Benedicto en Aparecida: “¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios, es en sí mismo y como tal un encuentro con los hermanos, un acto de convocación”
Esa pequeña comunidad de tu capilla, de tu Parroquia, tu grupo de oración, tu comunidad de movimiento, tu grupo de catequesis, de servicio solidario es la Iglesia reunida esperando siempre la manifestación del Espíritu Santo.
2.- EN ORACIÓN: Estaban comunicándose personal y comunitariamente con Dios, con el Señor cantando salmos, orando, alabando, pidiendo, escuchando la Palabra, haciendo silencio.
Jesús les había dicho que esperaran la Promesa del Padre, y esperan al Divino Espíritu con el corazón abierto a Dios. Se sienten necesitados del Espíritu. Están muy miedosos, asustados, inquietos, intranquilos. Necesitan el Espíritu del Señor. San Agustín dice que para recibir el espíritu es necesario desearlo y uno lo desea cuando ve que sólo no puede, que con las fuerzas propias uno toca a cada rato sus límites. Uno experimenta que necesita el Espíritu al experimentar su pecado, su debilidad y su sufrimiento o el de los demás. Estas tres experiencias nos hacen clamar al Espíritu para que actúe en nuestra pobreza, que nos llene de su Espíritu, que no está agotado, tiene hoy la misma fuerza que al comenzar la Iglesia. El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad dice san Pablo.
3.- CON MARÍA: La Virgen María había recibido el Espíritu Santo al recibir el anuncio del ángel pero igual se reúne con los apóstoles para recibir en comunidad, en Iglesia el don del Espíritu Santo. No se excluye de la comunidad, no se cree superior a la comunidad. Recibe junto con los demás el Espíritu Santo. Pentecostés siempre tiene una dimensión mariana. La Virgen María que engendró al Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo quiere engendrar por ese mismo Espíritu a Jesús en ti y en mí. Nos dice el Papa Francisco: Jesús nos lleva a ella porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino” EG 285
4.- SALIERON A EVANGELIZAR: Iban proclamando las maravillas de Dios. Nos dicen los Obispos en Aparecida: No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente.
Oremos para que el Espíritu Santo pueda hacer hoy las mismas maravillas que obró al comenzar la predicación del Evangelio. Hoy es Pentecostés. Hoy baja el Espíritu.
Sigamos haciendo oración en este año: SEÑOR ENSEÑANOS A ORAR. SEÑOR, ENSEÑAME A ORAR.
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
(Año par. Ciclo B)
Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos:
a.- Hch. 2,1-11: Se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
b.- 1Cor.12,3.7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
c.- Jn. 20, 19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
– “Al atardecer de aquel día…se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” (Jn. 20, 19ss).
El evangelio nos presenta una aparición del Resucitado a los discípulos que permanecen encerrados por miedo a los judíos. La proclamación del mensaje de la resurrección no disipa el miedo a los judíos, quienes provocaron la muerte de su Maestro. El saludo de paz que Jesús les otorga viene a confirmar las promesas que les había hecho de dar su paz (cfr. Jn. 14,27; 16,33). Desde ahora, los discípulos pueden animarse, porque Jesús está de nuevo en medio de ellos. A los apóstoles, les pudo asaltar la duda, de si realmente el que está en medio de ellos es el que habían Crucificado. Luego de darles la paz, les enseña las heridas de sus manos y el costado. Jesús Resucitado es realmente, la misma persona, que había sido levantada en la Cruz y cuyo costado había sido abierto, por la lanza del soldado (cfr. Jn. 19, 18. 34). Surge la alegría en medio de los discípulos, se respira la paz, en medio de la confusión; Jesús de Nazaret, Crucificado y Resucitado, está en medio de ellos, les trae alegría (cfr. Jn.14, 27; 16,33). El anuncio hecho por la Magdalena ahora es confirmado por esta experiencia de Cristo resucitado. Este relato, tiene por finalidad, no sólo mostrar el cumplimiento de las promesas acerca de la paz y la alegría, sino mostrar también, los frutos de la resurrección al mundo: La paz entre el cielo y la tierra; el don del Espíritu, el perdón de los pecados y la participación en la misión evangelizadora. Dones que el Pascua, hay que pedir para vivirlos todo el año.
– “Como el Padre me envió, también yo os envió. Dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20,21-22).
El saludo de paz recuerda que la oración que hizo la noche antes de morir no era un solo un buen deseo, así como ÉL había sido enviado por el Padre, ÉL los a enviados al mundo (cfr. Jn. 13, 20; 17, 18). Pero nadie mejor que Jesús conoce su fragilidad, ellos necesitan a Dios como Padre, ora para que sean santificados, pues han de ser santos, como lo es Jesús. (cfr. Jn. 17,11-16; 17-19). Esta santidad sólo se puede hacer realidad mediante la presencia del Paráclito, el Espíritu Santo (cfr. Jn. 14,16-17. 26; 15, 26-27; 16, 7-11. 12-15). El evangelista había dicho con motivo de la promesa del agua viva, que no se había dado el Espíritu, porque todavía Jesús no había sido glorificado (cfr. Jn. 7, 39). En el patíbulo de la Cruz, Jesús dona el Espíritu a la incipiente comunidad: su Madre, el discípulo amado y la Magdalena; Jesús ha sido glorificado, por ello vierte su Espíritu en el último suspiro, preludio de la efusión del Espíritu Santo. ¿Qué sentido tiene esta donación del Espíritu? Se constata que el Espíritu está con la comunidad y en la Iglesia para siempre (cfr. Jn. 14,16-17; 15, 26-27). La comunidad deberá continuar la misión de Jesús, para que el mundo sepa que ÉL es el enviado del Padre (cfr. Jn. 17, 21. 23). Será el Espíritu quien dará testimonio de Jesús mientras esté ausente, hasta que los que siguieron a Jesús desde el comienzo sean también sus testigos (cfr. Jn. 15, 26-27). No hay más que una hora de Jesús, por lo tanto, hay un sólo Espíritu que se dona a la comunidad para que sean testigos de Jesús (cfr. Jn. 20,22), ya sea al pie de la Cruz, como la mañana de resurrección y lo sopla sobre sus seguidores, para que estén en el mundo como estuvo ÉL.
– “A quienes perdonéis los pecados…” (Jn. 20, 23).
Dentro de esa futura misión por medio de su ministerio, los pecados serán perdonado o retenidos, el Espíritu, pondrá al descubierto el pecado, la rectitud y el juicio (cfr. Jn. 16, 7-11), con lo que los apóstoles serán agentes de santificación en medio de la comunidad. Si bien la santificación, trae la alegría al cristiano, por otra, manifiesta, lo que se opone al amor manifestado por Dios en Jesús (cfr. Jn. 3, 16-17). El perdón de los pecados se confía a la Iglesia, por lo tanto, sólo ella puede reconciliar o retener ese perdón, hasta que se den las condiciones necesarias para ello. Estas son arrepentimiento o dolor de los pecados por haber ofendido a Dios, propósito de enmienda, la confesión propiamente tal y la cumplir la penitencia impuesta. El pecado por muy íntimo o personal que sea ofende a toda la comunidad y su reconciliación o perdón recibido, porque es pedido con las condiciones necesarias para recibirlo, es una bendición para toda la Iglesia. La reconciliación sacramental es necesaria para el perdón de los pecados.
Lectura mística. El místico Doctor y eximio poeta S. Juan de la Cruz interpreta este evangelio. En Llama de Amor viva en su 3ª estrofa dice: “Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido, / que estaba oscuro y ciego, / con extraños primores/ calor y luz dan junto a su querido” (LB 3). Nos invita a ser lámparas, es decir, dar luz y calor. Pero a su vez, lucir en nuestra vida los atributos divinos: su amor y misericordia, sabiduría y ciencia, verdad y bondad, etc. Es la participación, obra del Espíritu Santo, en la vida divina que comenzó con el Bautismo.
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