Reflexión Evangelio

Domingo 26 de mayo, La Santísima Trinidad

OREMOS A LA SANTA TRINIDAD POR EL CENTENARIO

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.

Hoy en el evangelio Jesús envía a sus discípulos para que vayan por todo el mundo, haciendo discípulos, bautizándolos y enseñándoles todo lo que Jesús nos enseña. Ellos comenzaron a hacerlo yendo por todo el imperio romano. Y hace más de quinientos años llegaron a América los misioneros que anunciaban a Jesús, enseñaban su Palabra y bautizaban en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. También llegaron a Chile y a nuestra diócesis de Valparaíso que el próximo año cumple 100 años.

Para prepararnos a celebrar este Centenario en 2025 lo primero que se ha preparado es una hermosa oración dirigida a la Santísima Trinidad que habita en nosotros. La elaboraron los monjes y monjas que viven en silencio y oración su vida de fe en los monasterios de Lliu Lliu, de Rautén, de Lagunillas, de Villa Alemana y de lo Ovalle (Casablanca).

Que esta oración nos haga crecer más en intimidad con estas divinas personas que habitan en nosotros para que orando al Padre seamos mejores hijos de Dios y buenos hermanos de todos los hombres. Vivamos abandonados al Amor del Padre y recibamos su perdón y misericordia.

Orando al Hijo crezcamos en la escucha de su Palabra, de sus gestos, lo adoremos más en la Santa Eucaristía, recibamos su perdón en la confesión. Lo sigamos como discípulos misioneros. Con su gracia podamos llegar a ser más parecidos a Él.

Orando al Espíritu seamos sanados de nuestras heridas, él nos santifique, nos renueve siempre, venza el pecado y la debilidad en nosotros y nos haga testigos del Señor en nuestro tiempo y en todo ambiente.

La Santísima Trinidad vive en nosotros desde el bautismo oremos constantemente a estas divinas personas, reposemos en su infinito amor. Sintámonos habitados por ellas. Sintámonos traspasados, penetrados por el Padre, el Hijo y el Espíritu santo. Vivamos en su presencia. Como enseña el p. Larrañaga: “Después de silenciar todo el ser, haz presente en la fe a Aquel en quien existimos, nos movemos y somos”

Digamos pensando en toda nuestra diócesis la Oración por el centenario. La primera parte alaba al Padre:

TE ALABAMOS PADRE MISERICORDIOSO, fuente de todo bien. Te damos gracias por la vida y por todo cuanto has creado: los cerros  y las quebradas, la hierba y el trigal, los campos y las olas del mar.

Tú has inspirado al hombre y a la mujer habitar este Valle del Paraíso cimentando así un hogar para todos.

La segunda parte da gracias al Hijo:

TE DAMOS GRACIAS, SEÑOR JESÚS, SALVADOR DEL MUNDO porque en la resurrección de cada día nos muestras los caminos que nos llevan al amor. Sin Ti, nada podemos hacer, contigo aventuramos la vida ya que con nosotros caminas, sabes de nuestros sueños, afanes y dolores.

La tercera parte invoca al Espíritu Santo

TE INVOCAMOS ESPIRITU SANTO, fuego que da alegría y renueva la continuidad de la gracia en nuestra vida. Que tu rocío refresque la sequedad de nuestro espíritu y de nuestra tierra quemados por la indiferencia y dureza del corazón. Tú impulsas los carismas, los ministerios y la fuerza juvenil de la Iglesia.

Concédele a nuestra diócesis, Barca bendita guiada por Tí celebrar este don del centenario impulsándonos a ser Iglesia en salida, sinodal, servidora y renovada.

Termina orando a nuestra Madre la Virgen María.

VIRGEN DEL CARMEN, ESTRELLA DEL MAR guíanos desde tus santuarios hacia el puerto de la Vida eterna. Amén.

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Año Impar. Ciclo B) Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

Día de oración por la vida contemplativa

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos estas lecturas del próximo Domingo:

a.- Dt. 4, 32-34.39-40: Yahvé es Dios y no hay otro fuera de él.

b.- Rm. 8,14-17: Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.

c.- Mt. 28,16-20: Bautizadles en el nombre del Padre y del Hijo del Espíritu.

– “Los Once marcharon al monte que Jesús les había indicado…” (Mt. 28,16ss)

El final del evangelio de Mateo nos trae a la memoria el mandato de Cristo Resucitado de ir a bautizar, consagrar a Dios, a todos los pueblos y naciones de la tierra, enseñándoles todo lo que nos ha mandado. Este final, es un nuevo comienzo confiado por Cristo a los apóstoles. El evangelista, deja en claro que la misión de evangelizar es de todo cristiano, comenzando por los que fueron testigos de la resurrección de Cristo (v.17; Mc.16, 14; Jn. 20, 24ss). La atención la pone el evangelista, no tanto en la aparición del Resucitado, sino en la misión que confiere a los apóstoles. La reunión de los Once apunta al inicio del ministerio de Jesús, el monte de las bienaventuranzas, donde Jesús, como nuevo Moisés, ha promulgado la ley de la Nueva Alianza. La reunión en la montaña alude efectivamente a Moisés en el monte Sinaí y en el Nebo (cfr. Ex.19; Dt. 34). Como Moisés, Jesús enseña a los discípulos la tierra que han de conquistar. No olvidemos que la montaña es lugar de revelación en Mateo, como ocurre con la Transfiguración, las tentaciones, el sermón de las bienaventuranzas (cfr. Mt. 4,8-10; 5-7; 17,1-8). Esta Alianza, es definitiva, y para todos los pueblos, cimentada en el poder que ha sido conferido como Hijo de Dios, Señor glorioso (vv.18; Flp,.2,9-11); Hijo del Hombre, Juez universal (cfr. Dn.7,14), tal como lo había proclamado ante el Sanedrín (cfr. Mt. 26, 63-65). Galilea de los Gentiles, se convierte en un lugar centro de expansión del evangelio hacia el mundo pagano y que el evangelista ya había anunciado (cfr. Mt. 2,1-12; 4,15). Mateo concluye su evangelio con este decreto solemne, en que el Señor Resucitado, investido de todo poder en el cielo y en la tierra, instruyan, bauticen y hagan discípulos a todos los hombres, de todas las naciones, sus discípulos. Todas las naciones indican la apertura del mensaje más allá de Israel, el pueblo, en que se inició esta economía de salvación. El signo de pertenencia universal es el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este envío del Resucitado es la cumbre de todos los envíos terrenos que realizó Cristo en la tierra; ahora como el Viviente, el Enmanuel, permanece presente hasta la consumación de los siglos.

– “Me ha sido dada todo poder en el cielo y en la tierra…haced discípulos…bautizándolas, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt. 28, 18-20).

Estas palabras de Cristo Resucitado se pueden comparar con las de entronización del AT. (cfr. Ex. 3,1-4; Nm. 22,22-35; 2Cro.36, 23). Esta autoridad de Cristo, es también una reflexión que hace el evangelio de Mateo, acerca del Hijo del Hombre (cfr. Mt. 24,30; 26, 64), alejada de toda interferencia mundana, como las autoridades civiles y religiosas judías, sino para crear un reino de justicia y de paz, para sanar y restaurar a los hombres en su relación con Dios. El que ha recibido del Padre toda autoridad, envía a los apóstoles, les confiere el mismo poder, la misma facultad, a fin de hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta llamada al discipulado hace patente esta potestad recibida del Padre, que ya se manifestó con creces durante su ministerio, pero que ahora aparece con más fuerza, en virtud de su resurrección. Hacer discípulos y enseñar en Mateo es esencial al ministerio de Jesús, ahora confiado a los discípulos, significa no dar datos sino comprender las enseñanzas y hacer la voluntad de Dios. Se inaugura el tiempo mesiánico, destinado a los gentiles, pero sin excluir a Israel; es una misión destinada no a las masas, sino a cada persona, llamada personal a entrar en comunión con la Santísima Trinidad, por medio del Bautismo, con adhesión plena a la persona y doctrina de Cristo Jesús, vivida en la comunidad eclesial. Es Israel, donde se dio inicio a las promesas hechas por Dios a Abraham y a su descendencia, pero también Mateo enseña que en el Siervo, las naciones pondrán su esperanza (Mt.12, 21; 1,1; Gn.12,1-9). De ahí que la enseñanza 5del Maestro, su evangelio de gracia, debe ser custodiada por los discípulos, en su tarea de enseñarla, en toda pureza y fidelidad. El Bautismo trinitario proclamado por Jesús remite en forma directa a su propia experiencia bautismal: Jesús sale del agua, el Espíritu baja, y se oye la voz del Padre de los cielos (cfr. Mt. 3,13-17). Los mismos títulos de Jesús adquieren un nuevo significado el Hijo del Hombre, ya no es el Sirvo sufriente, sino el que tiene soberanía, poder y gloria; Señor ahora tiene el mismo estatus de Dios; Maestro, no es sólo el que enseña la Toráh, sino genuino interprete de la voluntad de Dios; Enmanuel ya no es el niño prometido por el profeta (Is.9,5) sino el Hijo de Dios, que estará para siempre con los suyos.

– “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

Si bien, la tarea de la evangelización parece inmensa y superior a sus fuerzas, las últimas palabras de Jesús resuenan como las más consoladoras, las más reconfortantes: el que ha venido a ser Enmanuel, el Dios con nosotros, (cfr. Mt.3,13-17) aunque sentado a la derecha del Padre, nos acompaña en la historia, hasta que ésta entre en la gloria eterna de la Pascua, y Dios sea todo en todos (cfr.1 Cor.15, 28), ingrese a gozar de la visión beatífica en el seno de la Santísima Trinidad. Es el cumplimiento de su promesa donde dos o tres están reunidos en su Nombre, está en medio de ellos (cfr. Mt.18, 20). Esta gran misión que presenta Mateo recapitula diversos temas de su evangelio, pero aquí tiene el sentido de un nuevo inicio, nueva etapa, novedad. Desde la montaña de Galilea se proclama el evangelio a todas las naciones; el Bautismo es el nuevo nacimiento de la Iglesia en su obrar; el pasa de la misión a los apóstoles, llevará el sello comunitario. La presencia del Señor es tan real, como antes, guía y acompaña a los nuevos discípulos en su crecimiento y adhesión al evangelio. Es el Enmanuel, siempre presente en la comunidad eclesial. La Resurrección marca esta nueva etapa, entronizado con todo poder y autoridad. Tarea y misión continua de sus discípulos que esto sea realidad, para que los hombres adoren al Señor. Hay continuidad entre el Jesús manso y humilde de corazón y el rey investido de todo poder en el cielo y la tierra (cfr. Mt.11,29). Sus últimas palabras además de ser un alentar la misión, dejan en claro que esta tarea la conduce Cristo mismo, ÉL mismo la corona con el éxito. Labor de los apóstoles es cooperar, predicar, bautizar, ser hombres de fe, fieles, luz de Cristo (cfr. Mt.5,13). La misión final, se convierte para Mateo, en el corazón y el alma de su evangelio, retrato de la labor de la Iglesia de hoy.       

¡Oh, Dios mío, ¡Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, completamente entregada a vuestra acción creadora. [.] ¡Oh, mis Tres, ¡mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Vos como una presa. Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas” (S. Isabel de la Trinidad. 21 de noviembre de 1904).

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