Bella sin alma 

No debería ser una sorpresa que la comunidad política vaya degradando cada vez más su función social, dado que la misma democracia moderna está inspirada en la negación de la verdad. Hans Kelsen, sin ambigüedad propone como modelo de demócrata genuino a Poncio Pilatos, que pregunta escéptico a Jesús en el pretorio: ¿Qué es la verdad? Habría que guiarse por el escepticismo y declarar inútil la búsqueda de la verdad. Paradójicamente, la Escuela de Frankfurt ­­–epígonos de Hegel, Marx y Freud–, coincide en la fatídica búsqueda de la verdad. Aún más, este nominalismo radical cruza al ámbito de la literatura, el joven monje Adso de Melk del libro El nombre de la rosa, es quizás la figura que personifica bien este nominalismo, amar a los hombres consiste en lograr que éstos se rían de la verdad, porque la única verdad es librarnos de esa insana pasión.

Pero en qué se convierten los gobiernos si quitamos la justicia, y en último término la verdad. San Agustín es tajante: en bandas de ladrones. Si los Estados se dedican a exaltar el mal, a propagar el error, a saquear los bienes morales que constituyen un bien cohesivo y riqueza de los pueblos, es evidente que queda una montonera de vicios. Temo a los que están esquilmando el espíritu de los ciudadanos, no a los que matan el cuerpo, pero nada pueden hacerle al alma (cfr. Mt 10,28). Se va disolviendo a la ciudadanía, porque el objetivo es desmedrar en las almas el sentido de la verdad y la justicia con edulcorados de autonomía y libertad. 

De este modo, las civilizaciones comienzan a dormir en el tedio de la virtud lo que trae como resultado su descomposición, y como la política no alienta bienes morales –por principio ya no le interesa la verdad– ni el bien común como la piedra angular de la unidad social, entonces se comienza a mutilar a los miembros de este organismo vivo disminuyendo su vitalidad, pudiendo ocasionar incluso su muerte. Por eso Eric Voegelin –y también Ratzinger en el último tiempo–, afirmaba que un Estado democrático no debe descuidar la relación con el ámbito religioso, pues no sólo podía incurrir en ideologías pseudoreligiosas cargadas de promesas seculares de redención, sino además porque el Estado es un artificio que se sostiene en fundamentos morales prepolíticos.

¿Hay algo que por su naturaleza es indiscutible? Si los gobiernos, la sociedad civil y la razón no reconocen sus límites y no aprenden a escuchar la tradición religiosa; si se emancipan totalmente y renuncian a una correlación virtuosa de comunicación seguirán en la pendiente de la autodestrucción. Serán sociedades “bellas” pero sin alma, vulgares y orgullosas de su vulgaridad (Ortega), sin raíces ni arraigo en una existencia colectiva que debe conserva vivo tesoros del pasado y presentimientos del futuro (Simone Weil). En definitiva, personas desarraigadas que no poseen otro medio para afirmar su autonomía sino realizar ramplonas acciones que, sin embargo, cree expresión de su irrepetible individualidad.

Por: Pbro. Alejandro González Hidalgo, Diócesis de Valparaíso.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso, el domingo 16 de junio de 2024.

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