Domingo 30 de junio, Décimotercer domingo del Tiempo Ordinario
Por: Pbro. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso
“OREMOS CON FE”
DOMINGO 13 B.
Hoy los quiero invitar a mirar el Amor de Jesús ante las personas que sufren enfermedades o la muerte de un ser querido.
CON JAIRO: Cuando lo ve postrarse ante él y pedirle que le imponga las manos a su hija, Jesús va con él inmediatamente; no pregunta más, empatiza con el dolor grande de ese padre. Después cuando llegan unas personas de la casa del jefe de la sinagoga diciendo que no lo moleste más al Maestro porque la hija ha muerto, Jesús no toma en cuenta esas palabras y con cariño hacia ese padre y la hija le dice: No temas, basta que creas. Y sigue caminando hacia la casa de Jairo y al llegar les dice que la niña está dormida y se burlan de él, pero él sigue adelante y al llegar tomará de la mano a la niña y con una orden de poder y de amor: Talita kum, la levanta. Y como detalle les dice: denle de comer. Hay un amor grande de Jesús que se compadece del dolor de este padre que sufre por su hija. Jesús no se queda indiferente ante el dolor sino que sana y salva. Como dice el Papa Benedicto: Dios no puede padecer, pero puede compadecer. El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la consolatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza”
CON LA MUJER CON HEMORRAGIAS: sabemos que la enfermedad que tenía esta mujer la hacía impura, no podía tocar nada ni a nadie porque los dejaba impuros. Era una mujer que sentía no sólo la enfermedad sino también la soledad, la discriminación. Había gastado todo su dinero para lograr sanar pero estaba peor. Y con mucha fe va a Jesús pensando que con sólo tocar quedará sana y así fue. Jesús busca a la que tocó su manto no porque quiera retarla o pedirle razones para hacer lo que hizo sino que quiere restaurarla totalmente delante de la multitud: por eso le dice con cariño: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz. Y así no sólo la sana sino que la restablece como persona humana en la comunidad familiar y religiosa.
Hermanos nosotros como Jairo y la mujer con hemorragias también tenemos sufrimientos propios o de nuestros seres queridos, enfermedades, angustias que nos sobrepasan, que no podemos con ellas. Necesitamos vivir la humildad de Jairo que se arrojó a sus pies y le rogaba con insistencia: Mi hijita se muere, ven a imponerle las manos. Esto es orar desde el corazón, de aquello que más me duele, desde la impotencia.
También la hemorroísa se acerca a Jesús muy asustada y temblando y se arroja a los pies de Jesús con una inmensa humildad.
Orar con fe como la mujer de las hemorragias, tocar con fe y en silencio a Jesús porque como dicen los discípulos mucha gente tocaba a Jesús pero esta mujer lo tocó con fe y con entrega total.
En este Año de la Oración oremos cada vez más, y al recibir la santa comunión “toquemos” a Jesús con fe para que recibamos sus dones. Arrojémonos a los pies de Jesús, bajémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro orgullo y postrémonos con sencillez, reconociéndolo como el único que salva. Nos dice el Papa Francisco: “La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” Lumen fidei 26.
DÉCIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Año par. Ciclo B)
Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos estas lecturas del próximo domingo:
a.- Sb. 1,13-15; 2,23-25: Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo.
b.- 2Cor. 8, 7-9.13-15: Jesús, siendo rico se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos.
c.- Mc. 5, 21-43: Curación de una hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo.
– “Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo…ven, impón tus manos, sobre ella, para que se salve y viva” (Mc. 5, 22ss).
El evangelio nos presenta la salvación que trae el Reino de Dios, que llega en forma de salud y vida nueva para dos mujeres: una niña (vv.21-24.35-43), y una mujer adulta (vv.25-34). Dato fundamental es la fe del padre de la niña (vv. 21-24), y la de la mujer que toca el manto de Jesús (vv. 25-34). La resurrección de la hija de Jairo (vv. 35-43), son un signo de la presencia del Reino de Dios y de los tiempos del Mesías, donde el pecado y la muerte son vencidos por Jesucristo, velados anuncios de su futura resurrección. Si bien, los dos relatos están entrelazados, poseen elementos comunes: beneficiarias dos mujeres, una enferma y la otra una jovencita; el número doce, las une a una por los años de enfermedad, y la otra, por su edad. Ambas tienen fe en el poder sanador de Jesús. Estamos cerca del lago de Galilea o mar, viene a Jesús, el jefe de la Sinagoga, las palabras de Jairo expresan fe, confianza, de rodillas le suplica con insistencia ir a imponer las manos a su hija que se muere (v.23). La imposición de manos significa, comunicar energía, fuerza, poder para salvarla; Jesús acoge la petición.
c.- “Entonces una mujer que padecía de flujos de sangre…logro tocar, aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré” (Mc. 5,25ss).
Entra en escena, la mujer hemorroísa, y Marcos se nos habla de su mundo interior, su fe inicial, su deseo de tocar a Jesús, para quedar sana (v. 28-29). Todo estaba pensado para no ser descubierta como impura, por sus flujos de sangre, como lo declaraba la ley de Moisés, y todo lo que tocara quedaba impuro (cfr. Lev.15,19-30). Por esto toca el manto de Jesús, en medio del gentío, por ello se siente culpable, temerosa, cuando es descubierta. Adquiere sentido la interrogante hecha por Jesús: “¿Quién me ha tocado los vestidos?” (v.30). Se hace plausible la pregunta, porque establece que la curación no es por casualidad, ni por haberlo tocado, sino por su fe. Jesús no se siente impuro por haber sido tocado por la mujer, sino que la convierte en modelo de creyente, y no la hace culpable, le concede la salud física, una vida nueva, en el cuerpo y en el espíritu. “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (v.34). Entretanto le traen a Jairo la noticia que su hija acaba de morir, Jesús infunde fe en el padre (v.36), una gran fe, para superar la evidencia de los hechos. El “talitha kum” (v.41), de Jesús, hace que la joven vuelva a la vida, no hay fuerzas ni siquiera las de la muerte, que se resistan a la orden que su palabra exige; de hecho, la joven se levanta, camina y come, signos que ha recuperado el aliento vital.
– “No temas; solamente ten fe” (Mc. 5, 36ss).
Estos dos relatos portentosos, son toda una invitación, que hace el evangelista, para conocer mayormente a Quien ha llevado a cabo estos acontecimientos saludables para esas dos mujeres, y para quienes se acerquen a Jesús. Conocimiento que, si se ahonda, puede redundar en un seguimiento, hasta Jerusalén y al Calvario. Muy unidos a Jesús de Nazaret, se asiste no sólo a su resurrección de entre los muertos, sino a la nuestra ya en vida, por estar con Jesús, Señor de la Vida. La vida un don de Dios y Jesús es fuente de la vida, por eso la comunica, fruto de su amor que nos ha precedido, como el de nuestros padres. En la comunidad eclesial, la Eucaristía, compartimos el Pan de vida para alimentarnos cada semana de vida de resucitados.
Lectura mística Doctora S. Teresa de Jesús, defensora de la dignidad de la mujer nos recuerda que Jesucristo encontró más fe en las mujeres que en los hombres mientras pasó por este mundo. Texto célebre salido de su pluma. “Pues no sois Vos; Criador mío, desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas” (Camino de Perfección, de El Escorial 4,1).
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