Reflexión Evangelio

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas Bíblicas
a.- Ex. 16,2-4.12-15: Yo haré llover pan del cielo.

b.- Ef. 4,17.20-24: Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios.

c.- Jn. 6, 24-35: Yo soy el pan de vida.

Reflexión 1: SEÑOR DANOS SIEMPRE DE ESE PAN.

Por Pbro. Ramón Tapia

Entre los pecados capitales está la gula o glotonería. Que es comer y beber en exceso para calmar nuestras ansiedades, nuestras rabias; también el comer o beber puede ser un sucedáneo del amor: me hago cariño comiendo cosas ricas en dulzura o en sal (comida chatarra)

En la primera lectura de hoy el pueblo en el desierto recuerda con nostalgia cuando en Egipto “nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos”. Eran esclavos, los maltrataban, lo pasaban pésimo pero, recordaban la comida como lo más importante.

Subrayo dos textos:

1.-Trabajen no por el alimento de un día sino por el alimento que da vida eterna

Hoy comienza el evangelio con una advertencia de Jesús: Me buscan porque han comido pan hasta saciarse recordando el milagro relatado el Domingo pasado... Nos recuerda lo que le dijo Jesús al demonio: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Igual que los judíos nosotros también buscamos la comida de un día, buscamos quedar satisfechos, comer buena comida. Por supuesto comer no es malo, sino necesario para que nuestro cuerpo viva. Pero los seres humanos no buscamos sólo el alimento del cuerpo, sino que tenemos un apetito espiritual que nos hace tener hambre de Dios, hambre espiritual, un deseo de Dios. Y hoy Jesús nos dice que trabajemos, nos esforcemos no por el alimento que tranquiliza el cuerpo sino por el alimento que él Nos da: su Palabra y su Cuerpo y Sangre. Trabajar es decir, ponerle empeño, ordenar nuestro día para recibir el alimento que es Jesús (Pan y Palabra) Buscamos ir más allá de nuestras necesidades económicas, biológicas. Satisfacer sólo las necesidades del cuerpo y no las del espíritu es mutilar al ser humano en lo más profundo de nuestro ser.

Dice el Catecismo: el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y por eso buscamos a Dios, buscamos trascender.

2.- Señor danos siempre de ese Pan

Oremos a Jesús con la oración que hoy dijeron los discípulos: Señor danos siempre de ese pan que es tu Palabra. Señor danos siempre de ese pan que es tu Cuerpo y Sangre. Señor necesitamos alimentarnos de Ti, de tu Persona, de tu entrega, de tu Vida potente.

Haznos sentir hambre de Ti, deseos de Ti, ansias de nutrirnos de Ti. Tú eres el verdadero Pan del cielo. Amós 8,11: Vienen días-oráculo del Señor Dios- en que enviaré hambre a la tierra; no hambre de pan ni sed de agua sino hambre de escuchar la Palabra del Señor.

Jesús se nos queda como Pan de vida porque quiere hacerte partícipe, hacerme partícipe de su banquete, de su fiesta. Todas las religiones tienen banquetes sagrados y la nuestra también banqueteamos con el Señor. El banquete sagrado es saborear a Dios, un gustar a Dios. Gustar su Palabra, gustar su Cuerpo. En el alimento físico lo más importante no es comer y comer, tragar casi, sino paladear, gustar, saborear, masticar lentamente; eso mismo quiere el Señor que vivamos en la Eucaristía: que lo sintamos, que lo gustemos, que nos llenemos de la dulzura infinita de su amor.

Que en cada comunión podamos experimentar los frutos de la redención como dice la oración en la Bendición con el Santísimo Sacramento:

Oh Dios, que nos dejaste la memoria de tu Pasión y tu Resurrección en este admirable Sacramento, concédenos recibir y venerar de tal manera los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que podamos experimentar siempre en nosotros los frutos de tu Redención. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Reflexión 2: Obrad por el alimento que permanece para vida eterna

P. Julio Gonzalez C.

Pastoral de la Espiritualidad Carmelitana.

Los galileos quedan sorprendidos al encontrar a Jesús con sus discípulos en Cafarnaún, ya que sólo habían visto subir a la barca a éstos últimos; ignoraban que Jesús por la noche había caminado sobre las aguas (Jn. 6, 16-21). Las gentes, buscan a Jesús con prejuicios y falsas expectativas, mantienen falsas expectativas sobre el Mesías, y quieren gozar de una alimentación duradera y milagrosa (v.27). Deben dar el paso entre ver signos, y comer hasta saciarse; lo primero, significa el ser testigos de los signos para llegar a la fe en Jesús. Queda establecida por otra parte, la tarea que manda Jesús trabajar por el alimento que permanece para la vida eterna (v.27). Los dos alimentos, distintos en calidad, apuntan, por cierto, a una calidad distinta de vida; el primero se refiere a una vida caduca, sujeta a la muerte; el otro alimento comunica vida eterna, es decir, salvación escatológica porque participa de esa naturaleza. Al evangelista le interesa dejar en claro, que el hombre debe optar por una vida natural y terrena, o lo que propone el Mesías. Lo expresa con el pan de vida, existencia completa, su sentido más profundo y significación permanente. Esta salvación escatológica, hay que comprenderla, como alimento que perdura hasta la vida eterna don del Hijo del Hombre. Jesús es el profeta, nuevo Moisés, que alimenta a su pueblo. Es al Hijo del Hombre, a quien marcó el Padre con su sello, es decir con su Espíritu, lo ha legitimado con su autoridad y poder para realizar los signos convirtiéndole en dador de vida escatológica (cfr. Mt.12,28; Hch.10,38; Ef.1,13; 4,30; 2Cor.1,22). Es Dios mismo quien remite al hombre, si quiere vida eterna, hacia Jesús de Nazaret, el Hijo del Hombre.     

– “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado” (Jn. 6, 28-29ss).

Haciendo eco de lo dicho por Jesús (v.27), ahora se apunta a la voluntad de Dios. Jesús, les habla de la única obra que Dios pide: fe en el Enviado y Revelador del Padre, fe en Jesús de Nazaret. Ellos entendían por las obras, la Ley de Moisés: oraciones, ayunos, limosnas, ritos, purificaciones, etc. Lo único que pide el Padre, la obra de la fe. Muchas obras, dispersan al hombre sin conseguir quizás la salvación; requiere una sola que incluso es don de Dios, la fe en su Hijo no es realización humana, obra de Dios. Con la fe, el hombre realiza la obra realzada en Dios (cfr. Jn.3,20), cuyo fundamento es el mismo Dios. Con la fe comienza el esfuerzo y trabajo por la vida eterna; fe y moral unidas, la fe pórtico de la vida en Dios.  De esta forma, Jesús enseña que la fe es don de Dios Padre, pero que es responsabilidad del hombre, el vivirla. La reacción a la petición de fe es que haga una gran señal. Si Moisés les dio el maná, ¿cuál será la señal de Jesús, para legitimar la petición de la fe y de legitimarse a sí mismo? (vv. 30-33). Le proponen renueve el milagro del maná (v.31; cfr. Sal. 78,24), como alimento permanente para ellos.  Fue el Padre, no Moisés, quien alimentó a su pueblo con el maná en el desierto. Los judíos no habían comprendido el milagro de la multiplicación de los panes; si ahora hiciera visible y palpable el maná, la fe parecería superflua, la señal tampoco tendría sentido, y además al hombre, se le permitiría establecer las condiciones para fijar el actuar de Dios. La petición de los judíos sabe más a incredulidad que a la voluntad de creer.

– “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.” (vv. 32-35).

En este punto Juan, revive en forma antitética la figura de Moisés (cfr. Ex.16), y Jesús, puesto que Jesús es más que el primero, porque es dador de vida eterna, muy superior al maná, que entregó Moisés en el desierto. Aquí hay algo superior, no hay continuidad con la experiencia del desierto sino plenitud. Nuevamente la fe de los judíos es puesta a prueba como entonces, deben optar entre vivir del don escatológico de Dios o permanecer en el pasado; lo suyo será murmurar contra Dios, como lo habían hecho contra Aarón y Moisés. Si su expectación mesiánica no pasa de Moisés y el maná, significa que, con ese criterio, no se puede fijar el actuar histórico de Dios, que siempre supera las expectativas humanas cuando sale al encuentro del creyente con la novedad del evangelio. Olvidaban los judíos, que también en el desierto Yahvé, fue el donante, y que también será ÉL, quien entregará el Pan verdadero maná. ÉL es el que da el Pan del cielo (v. 33). La petición de los oyentes sabe a una oración que Dios abre en sus corazones, se expresa el deseo de vida y salvación, con lo que se alienta, y se hace patente la actitud básica del hombre para recibir el don divino, como el que ora y recibe (cfr. Jn. 4,15). La petición se dirige a Jesús como Señor. Queda claro que este Pan de vida, no es el maná, sino que es la propia persona de Jesús. Él es la Vida nueva para el hombre, la salvación, fundamento de la vida verdadera que Dios hoy entrega al hombre. Pan y vida eterna son, don de Dios, no una posesión del hombre, de la cual pueda disponer a su gusto.  Hay que resaltar que ese don, contiene la donación del mismo Dios al hombre, donde se abre la comunicación con el Padre. En Cristo Dios está totalmente a favor del hombre de tal modo que en ÉL se abre a la comunión vital, a la salvación y amor, y en un grado que Dios quiere estar unido al hombre como quien se da sin reservas. La metáfora del pan lo quiere expresar, puesto que, con ella, entra el tema de la comunicación y el don. Esta comunión apunta a un nuevo ser, que nace de la comunión entre Cristo y el creyente. Sin este sentido de comunión vital, carecería de sentido el “Yo soy”, sólo desde Jesucristo es real la vida prometida.  La fe es la que sustenta esta realidad de la comunión con el Enviado y Revelador como se calma el hambre y la sed que hay en el hombre de fe. Jesús promete la superación de la mentalidad mundana, realidad que ya está presente en quien vibra con la fe en Jesucristo, que, como Hijo del Hombre, es el dador de vida y pan de Dios escatológico.  

Lectura mística. S. Teresa de Jesús interpreta este pasaje evangélico: Teresa de Jesús, ve en la Humanidad de Jesucristo, el mayor don que nos pudo hacer el Padre, porque es Dios entre nosotros, es decir, es carne nuestra y luego Eucaristía. “Su Majestad nos le dio como he dicho este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos como queremos, y que, si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los suyos.” (Camino de Perfección 34,2).

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