Castidad

Por: Pbro. Alejandro González H., Diócesis de Valparaíso.

Es común que la referencia a la castidad se circunscriba exclusivamente al ámbito fisiológico de la vida, a la vez que sólo es posible de vivir para aquellos con una particular vocación. Nada de esto se colige de la lectura amable, amplia y profundamente teológica de Erik Varden, monje cisterciense y obispo noruego que en el año 2023 publicó: Castidad. La reconciliación de los sentidos. Ya había sorprendido este obispo, en el año 2018, con La explosión de la soledad. Texto bellísimo que, en seis temas, reflexiona sobre la memoria cristiana uniendo la interpretación bíblica con algunos autores de la literatura contemporánea. El libro sobre la castidad de Erik Varden no pretende la justificación moral de la castidad ni tampoco la presenta como un aspecto heroico de los creyentes, más bien se orienta a desvelar aquel impulso escatológico que todo ser humano posee y experimenta, a saber, el deseo de la integridad de vida, no el sentido moral, sino la experiencia de la fisura de la naturaleza humana, y la necesidad de la reconciliación y armonía. Dice Varden, la imagen (de Dios) vive en nosotros como imperfección percibida, hay una sensación de ausencia o falta de nitidez en la vida humana, sin embargo, el Verbo Jesucristo es capaz de restaurar ese potencial icónico de nuestra naturaleza humana. De ahí que sea tan importante orientar el tema de la castidad en el ámbito de la gracia. El autor no define categorialmente lo que es la gracia, pero la explica de forma simbólica, pasar de ropas de piel a la túnica de gloria. Más aún, si la castidad tiene esta dimensión escatológica, quiere decir que la forma natural de vida no es estar gobernados por los instintos y las necesidades físicas (sufrir, deteriorarnos y morir), lo que es natural es estar conducidos por el Verbo de Dios, porque en Él se reconcilia y recobra la nitidez de lo original de la vida del hombre, de modo que pueda conocer en Dios la libertad, la armonía y la felicidad.

Así se entienden dos afirmaciones del obispo, y que para él son las problemáticas del hombre actual, esto es, la incapacidad (de los hombres) para comprender la condición antinatural en la que nos encontramos –naturaleza caída–, y por lo mismo, el problema de orientarnos (persistentemente) a buscar algo natural en medio de lo que es antinatural. Si los creyentes quieren verse renovados en su modo de ser hijos de Dios (filiación), no puede desaparecer en ellos el impulso sobrenatural y deben recuperar la dimensión trascendental de la intimidad encarnada (santidad). Si la humanidad se experimenta ajena en el mundo, con una inquietud de base (ontológica) y una percepción opaca de su imagen y destino, entonces anhela un equilibrio perdido, la coherencia de un estado de vida en su conjunto, en definitiva, la comunión con su origen, forma e imagen. Esa es una comunión de amor con una Persona, la Persona del Verbo encarnado, y con todo aquello creado por medio de Él.

En suma, la castidad es una forma de estar y ver el mundo: «Señor, que yo pueda ver» (Mc 10,51), pero capacitado por Alguien para ver tal como las cosas son, con reverencia y atenta devoción, sin ánimo de poseer ningún aspecto de los ámbitos de nuestras vidas, preservar el misterio y amar ese equilibrio recobrado que es la comunión con Dios incluso allí donde el corazón aun no encuentra las respuestas que precisa.

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