¿Tiene algo que decir la religión en el ámbito público a propósito de las elecciones? Dicho de otro modo, ¿le conviene a la democracia abrir espacio a la sabiduría religiosa?
Hartmut Rosa en su teoría de la resonancia, menciona que existen ejes horizontales, diagonales y verticales de resonancia, en este último está la religión. En un sentido amplio, la religión es considerada como una gran promesa de resonancia, esto es, el núcleo de la religiosidad se identifica en la necesidad existencial de respuesta que tiene el ser humano, por un lado, y en la promesa de su cumplimiento, por otro. Esta resonancia tiene el presupuesto de la escucha, alguien que escucha y luego es responsivo, amable y comprensivo. El rey Salomón ejemplifica muy bien esta idea, Dios convida a Salomón que pida lo que quiera en vistas a gobernar un pueblo numeroso, el rey sólo pide un corazón que escuche (cfr. 1 Re 3, 8-9). La democracia es una forma de gobierno que requiere que escuchemos atentamente lo que anhelan los ciudadanos, esta voluntad de escuchar realmente las aspiraciones de los demás se ha ido deteriorando, y con ello la democracia. Se necesitan corazones que escuchen, y respondan a la promesa adquirida. En sentido antropológico, el pecado es ausencia de relación, el ser humano así mismo como respuesta suficiente, sin disposición a escuchar ninguna voz más que la propia. La política está en crisis porque cada uno escucha la resonancia de su propia voz, pero no la de un tú. Por eso es ejemplar la petición de Salomón: dame un corazón que escuche.
Luego, quien gobierna debe recordar que es débil. Hemos sido testigos del funcionamiento de partidos políticos, en donde sus líderes han pretendido en un rasgo de puritanismo presuntuoso, posar ante los ojos de los demás como hombres sin tacha, impolutos y dispuestos a limpiar los establos de corrupción que otros ampararon. El tiempo y la realidad han mostrado que todos estamos confeccionados por la misma naturaleza herida, pero quien pretenda vencer su abyección antes debe reconocer humildemente que es débil, y que necesita de sus semejantes y del auxilio divino. Incluso, se pude afirmar con certeza que las instituciones se arruinan cuando han sido fundadas de espaldas a la realidad de la naturaleza débil del ser humano. Los imperios y reinos, instituciones y gobiernos han perecido a causa de su debilidad inherente y continua, a pesar de haber sido fundados sobre hombres fuertes y sobre hombros vigorosos. La Iglesia, en cambio, se fundó contando con la debilidad de los hombres, fue fundada sobre un hombre débil –Pedro–, y por esa razón inagotable. Son interesantes en el Evangelio de Juan los detalles de la encomienda de Jesús a Pedro, luego que éste días antes traicionara a su amigo. Entonces, Jesús pregunta a Pedro: ¿me amas? El verbo que se emplea es agapáo, que significa amar sin condición, exclusiva y sobrehumanamente. Y Pedro le responde afirmativamente, pero con el más modesto verbo filéo, que expresa el amor tierno y entregado, pero frágil y defectuoso propio de los hombres débiles. Jesús interroga tres veces a Pedro, pero en la última ocasión se pone a su altura, y emplea el verbo filéo, porque en el fondo se da cuenta que no puede exigirle a su amigo más de lo que su frágil naturaleza puede brindarle. Pues, en el fondo, en el amor humano que tropieza y cae, y, sin embargo, vuelve a levantarse dispuesto a proseguir sin titubeos hay mayor abnegación que en el amor que se cree inmune contra los tropiezos.
Sobre esta debilidad se fundó la institución más inextinguible que vieron los siglos, porque a quien escucha cumple con su promesa (cfr. Mt 16,18).
Por: P. Alejandro González Hidalgo, Diócesis de Valparaíso.
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