
Domingo 20 de abril, Domingo de Pascua, Resurrección del Señor
Jn 20, 1-9
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
DOMINGO DE PASCUA
VIO Y CREYÓ
Se podría decir que el evangelio proclamado es el de las carreras. Muy temprano, estando oscuro todavía, María Magdalena corre al sepulcro para visitar a Jesús y no lo encuentra, ve que el sepulcro está vacío. Y corre ahora al encuentro de Pedro y Juan y les comunica que el sepulcro de Cristo está vacío, “que se han llevado del sepulcro al Señor”
Esta noticia desconcierta a los dos apóstoles y ahora son ellos los que corren al sepulcro y “asomándose al sepulcro” vieron las vendas y el sudario pero no encuentran a Jesús.
Y viendo sólo las vendas y el sudario el evangelista que es el mismo que corrió con Pedro dice: el también vio y creyó.
¿Qué es lo que ve? Nada, no ve el cuerpo de Jesús, sólo el sudario y las vendas botadas por el suelo. Cree que estos signos tan sencillos que cubrieron el cuerpo muerto de Jesús le hablan de Jesús resucitado. Ha sucedido algo que no se explican. Nos dice el papa Benedicto: “Para los testigos que habían encontrado al Resucitado esto no era ciertamente nada fácil de expresar. Se encuentran ante un fenómeno totalmente nuevo para ellos, pues superaba el horizonte de su propia experiencia”
La Resurrección de Jesús que a ellos y a nosotros nos supera totalmente. Como dice el final de este evangelio: “todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos”.
Es lo que nos pasa también a nosotros: a la primera nos cuesta creer en la Resurrección de Jesús y en la nuestra. Es más fácil creer lo contrario, lo negativo. Creemos fácilmente en lo negativo, en el pesimismo, en las malas noticias. Por eso la Iglesia durante todo el tiempo pascual, durante 50 días nos proclama: Cristo ha resucitado para que entre en lo profundo de nuestra conciencia, de nuestro corazón.
Unamos este evangelio al Jubileo que estamos viviendo. La mezcla de sentimientos encontrados, de sentimientos contrarios de los apóstoles los tenemos nosotros nos dice el Papa Francisco: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza.
Los apóstoles igual que ustedes y yo estamos a veces sin esperanza, hemos perdido la confianza en Jesús porque lo ven derrotado, muerto y sepultado; creen que todo se ha acabado. Por eso les va costar creer en la Resurrección. Pero Jesús como un Buen Pastor misericordioso los va a ir a buscar a ellos y a nosotros en el lago, en el camino, en el cenáculo.
Nosotros como Magdalena, Pedro y Juan andamos corriendo para todas partes en muchas actividades. Que el Señor se haga el encontradizo en nuestro camino. Que se nos aparezca vivo y resucitado en nuestra vida de cada día.
Escuchemos el hermoso anuncio de la Resurrección del Papa Benedicto XVI en la Vigilia Pascual de 2007: “He aquí que estoy resucitado y ahora estoy siempre contigo dice a cada uno de nosotros. Mi mano te sostiene. Dondequiera que tú caigas, caerás en mis manos. Estoy presente incluso a las puertas de la muerte. Donde nadie ya no puede acompañarte y donde tú no puedes llevar nada, allí te espero yo y para ti transformo las tinieblas en luz” Y al final de esa prédica dice orando: “Baja también a las noches y a los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la luz! ¡Estate también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman hacia ti desde el vientre del infierno (…)!

Por: P. Julio González, Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
(Año Impar. Ciclo C)
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos:
a.- Hch. 10, 34.37-43: Nosotros somos testigos.
b.- Col. 3, 1-4: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo.
c.- Jn. 20,1-9: Cristo había de resucitar de entre los muertos.
1.- “El primer día de la semana María la Magdalena viene al amanecer” (Jn. 21,1-4).
Con la muerte de Cristo todo parecía terminado, además grandiosamente ese sábado solemne (Jn. 19, 30). Juan, habla de la Magdalena que va al sepulcro de madrugada (v.1; cfr. Mc. 16,1-8; Mt. 28,1-10; Lc. 24,121). La Magdalena vive asociada a Jesucristo, la Cruz y la sepultura, vive por y para el Maestro. Era muy de mañana, las tinieblas, son signo de la carencia de Cristo (cfr. Jn. 3, 19; 6, 17; 12, 35), es decir, ese término tiene una clara connotación espiritual y no atmosférica (cfr. Ct. 3,1-2). Todo realizado en el huerto; sólo Juan habla del huerto (Jn. 19, 41). La mención de las sábanas y de tantos ungüentos, pareciera indicar que Jesús tuvo un entierro real. Mientras los Sinópticos señalan que las mujeres van al sepulcro a ungir a Jesús la mañana de Pascua (cfr. (cfr. Ct. 4, 14-15; Mc. 16, 1; Lc. 24, 1); ¿a qué va la Magdalena? Va a estar con Jesús, no puede vivir sin ÉL. Parece ser que Juan, al pensar en el huerto y Jesús enterrado como rey, quiere aludir a otros reyes enterrados en huertos como David (cfr. 2 Re. 21, 18. 26; Neh. 3, 15-16). Jesús es el rey que duerme entre perfumadas sábanas, descansa luego de sus luchas y fatigas, y espera la llegada de la amada. La clave de comprensión nos la da nuevamente el Cantar y también el Génesis con lo cual encontramos varios tipos: Adán y Eva; los esposos del Cantar; Jesucristo y la Iglesia, representada en Juan, por la Magdalena (cfr. Sal. 45,9; Jn. 20,15; Ct. 8,13).
2.- “Y ve la piedra corrida” (21,2-5).
La Magdalena va a encontrarse con un muerto, en cambio, se encuentra con un robo. Juan no mencionó el tema de la losa, sólo dijo que había sido enterrado en un sepulcro nuevo que había en el huerto y que la tumba había quedado sellada. Corre a avisar a Pedro y Juan, que han quitado el cuerpo del Señor del sepulcro “y no sabemos dónde lo han puesto” (v. 3). Las tinieblas no dejan a ver a la Magdalena que era signo de vida, confunde con signo de muerte. El hablar en plural de la mujer puede significar que venían otras personas con ella, pero Juan sólo se fija en ella o puede que represente a toda la comunidad. Será Pedro, quien primero sale hacia el sepulcro, luego Juan, salen en busca de Jesús (cfr. Ct. 3,2). Si bien los dos lo aman, el que ama más, corre más, señalaba S. Agustín. El discípulo amado corre de prisa, pero también se puede entender que, al momento de escribir, Juan está pensando en Pedro como la autoridad, y él como el carisma o la experiencia singular del amor de Jesús. En el trasfondo, tenemos todo el proceso de fe de cada uno de estos discípulos y no una carrera para llegar un lugar específico. Juan llegó y vio, los lienzos extendidos sobre la piedra, como un lecho nupcial cuyas sábanas perfumadas por la mirra y áloe (cfr. Sal. 45, 9). Esperó a Pedro, cederle el puesto en este momento, a quien había negado a Jesús, todavía no había recibido su perdón, da a entender que Pedro tiene autoridad dentro de la comunidad (cfr. Jn. 3, 29).
3.- “Llega también Simón Pedro” (vv. 6-7).
También Pedro entra y contempla las sábanas extendidas sobre la piedra, como Juan que lo había visto desde la entrada del sepulcro. Pedro ve algo más: el sudario que cubría su cabeza estaba puesto en un lugar aparte. Mientras el sudario es símbolo de la muerte, las sábanas representan las nupcias. Según la costumbre el sudario se ponía en la cara para que no se abriera la boca, como a Lázaro (cfr. Jn. 11,44). Juan, estaría usando un gran símbolo, puesto que a veces denomina al templo como el “lugar” (Jn. 4,20; 5,13; 11,48), y del sudario, señala que estaba en un “lugar aparte” (v.7), con lo cual querría decir, que el sudario está mirando hacia el templo o envolviéndolo. Con esto estaría señalando que el sepulcro se convierte en lecho de bodas y el templo en sepulcro. Se puede concluir que del lecho nupcial de Cristo, se había separado toda muerte, y el sudario estaba envuelto hacia el templo. Pedro contempla el misterio, la resurrección de Cristo, es la clave para comprender el inicio de la nueva alianza y el templo va ser presa de la muerte.
4.- “Entonces entró también el otro discípulo, …” (vv. 8-10).
El texto dice que Juan vio y creyó, no se dice lo mismo de Pedro, pero quizás sin decirlo, el evangelista advierte que Pedro creyó primero y después él, recordemos que el primero hizo su propia confesión de fe (cfr. Jn.15-17). Ambos representan la autoridad y el carisma, Juan llegó primero, el carisma necesita la confirmación de la autoridad. Lo que se trata de demostrar aquí, es que ambos discípulos llegaron a la fe. Otra lectura del mismo acontecimiento enseña que si bien hay un contraste, en la cercanía de Jesús y en la percepción de este, siempre es primero Juan a Pedro (cfr. Jn. 13, 23. 25; 18,15; 21, 7). Respecto al tema de las Escrituras, el texto sugeriría incredulidad o asombro (cfr. Lc. 24, 12), aunque lo que se quiere resaltar es la fe de Juan e indirectamente también la de Pedro. El apóstol no cita ningún texto, se ve la falta de espera de los discípulos en la Escritura (cfr. 1 Re. 15,4; Sal. 16,10ss; Is. 26, 19-21; Os. 6,2). Volvieron a sus casas, de donde habían venido. Los discípulos han descubierto la vida de fe, por lo mismo ya no necesita estar cerca del sepulcro. Es el comienzo de la Nueva Alianza, la nueva creación, también del hombre y de la mujer que creen en Jesús resucitado. Juan, como autor del evangelio, deja en claro que, más importante es la fe, que la visión, por eso testifica “vio y creyó” (v. 8), ¿Qué había visto? Las vendas extendidas y el sudario puesto en un lugar aparte. El evangelista está pensando en sus lectores del futuro, por eso aquí se cumple la palabra de Jesús: “Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn. 20,29).
Lectura mística. San Juan de la Cruz enseña: “Si quieres ser perfecto, vende tu voluntad y dala a los pobres de espíritu, y ven a Cristo por la mansedumbre y humildad y síguelo hasta el Calvario y sepulcro” (D 7).
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