
Domingo 27 de abril, 2° de Pascua, de la Divina Misericordia
Jn 20, 19-31
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA
II DOMINGO DE PASCUA C. San Juan 20,19-31
Cuando era niño me llamaba la atención los calendarios porque veía que algunos ponían al final de la semana el Domingo y otros pocos lo ponían como el primero. Estando en el Seminario mi párroco el p. Mario me dijo que los calendarios católicos ponían al Domingo como el primer día de la semana.
Y después cuando como seminarista enseñaba el tercer mandamiento me preguntaba por qué el domingo y no el sábado (séptimo día) como dice el Éxodo.
Estas vivencias nos pueden hacer ver el evangelio de este Domingo donde se narran dos apariciones de Jesús resucitado en dos Domingos seguidos. En el primer Domingo experimentan a Jesús resucitado. Vemos que la mayoría de los primeros cristianos estaban reunidos en comunidad, por temor a los judíos y en ese momento tan difícil llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “La Paz esté con ustedes”. Viene Jesús cariñosamente a darles la paz, la tranquilidad, la serenidad en ese momento de miedo e inseguridad. La comunidad de “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Jesús resucitado viene como un bálsamo de amor, de paz, de esperanza que los llena de gozo. Es un gozo en comunidad. Les sopla como re-creándolos, renovándolos, les da el Espíritu Santo.
En todos los evangelios el Señor se hace ver, aparece el primer día de la semana y así poco a poco pasó a ser el Día del Señor, el Domingo donde Jesús reúne a su comunidad, a su Pueblo.
Pero en este primer domingo faltó uno a la Misa, a la Eucaristía, a la Cena del Señor. Tomás no fue y tampoco les creyó a los hermanos que le anunciaban: Hemos visto al Señor. Es porfiado, pide tocar y ver.
Lo hermoso de Jesús es que al otro Domingo se da a conocer a todos pero especialmente para Tomás: Trae aquí tu dedo, mira, acerca tu mano, métela en mi costado. Y Tomás se rinde ante la misericordia del Señor orando sinceramente: Señor mío y Dios mío.
Por eso hermanos no faltemos a la Misa dominical, no dejemos nuestra asamblea, nuestra comunidad. El Señor te espera cada domingo como a Tomás. El Señor nos habla, nos da la Paz, nos da el Espíritu santo.
Los domingos se nos aparece el Señor dice un autor.
Recordemos que todos los Domingos se reúne la Comunidad del Señor, en el día del Señor para celebrar la Cena del Señor.
No faltemos a la comunidad.
El Papa Francisco que acaba de partir al Padre nos ha dejado un hermoso documento sobre la celebración cristiana. “Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana”
Nos hace ver que la iniciativa en la Misa es del Señor: “Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena”
“En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos. Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaúm y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados. El Señor Jesús que inmolado, ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre [2], continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos”.

Por: P. Julio González, Espiritualidad Carmelitana.
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
(Año impar. Ciclo C)
Domingo de la divina Misericordia
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos estas lecturas del próximo Domingo:
a.- Hch.4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo.
b.- 1Jn. 5,1-6: Nacidos de nuevo para una esperanza viva.
c.- Jn. 20,19-31: A los ocho días llegó Jesús.
– “Al atardecer de aquel día, primero de la semana…se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” (Jn.20, 19s).
El evangelio nos presenta a Jesús en medio de sus discípulos el día de la resurrección por la tarde, en un ambiente cerrado, como el día de la despedida. Jesús, a quien el Padre ha resucitado por la fuerza del Espíritu Santo (Rm.1,4), se aparece a los Doce (cfr. 1Cor.15,5). Les da la paz: “Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros” (vv.19.21.26). Les muestra sus manos y el costado, es decir, que la resurrección, supone la cruz; el Crucificado, es el mismo que ha resucitado. Cruz y resurrección, desde ahora deben ir siempre unidas en el Señor, pero también en sus discípulos. Su presencia, provoca la alegría de éstos, alegría que ya les había presagiado (cfr. Jn. 16, 20-22). Conocemos también estas palabras: “Como el Padre me envió así os envío yo” (v. 21), esta sentencia pertenece al patrimonio del evangelio de Juan (cfr. Jn. 14-16), y que ahora adquieren un sentido nuevo. “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (vv. 22-23). Es la Pentecostés joánica, la hora en que el Hijo glorifica al Padre con su elevación a la cruz y su entrega del espíritu en la muerte, y es también la hora en que el Padre glorifica al Hijo en su resurrección. El soplo de Jesús sobre los apóstoles es de vida nueva, es la nueva humanidad nacida del misterio pascual de Cristo (cfr. Gen.2,7; Ez.37,7-14), una nueva creación. Les comunica su misión (v.22); su Espíritu Santo; el perdón de los pecados. El don del Espíritu Santo se comunica como poder contra el pecado; este es el poder que el Resucitado comunicó a los Doce y a sus sucesores. Poder que perdona o retiene los pecados, según las disposiciones interiores del pecador, autoridad que viene de Jesús. Perdonar los pecados y el retenerlos, viene del poder de atar y desatar. Con ello Jesús Resucitado, constituye a los apóstoles en jueces de la sociedad, porque han recibido el Espíritu de la Verdad, saber discernir en comunidad eclesial la realidad que los circunda. La resurrección es una verdad sobrenatural, no extraña que no todos estén convencidos de ella, algunos dudaron (cfr. Mt. 21,17).
– “Luego dice a Tomás: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos…no seas incrédulo sino creyente” (Jn.20, 27s).
Si la comunidad ha tenido su experiencia del Resucitado y expresado su fe, ¿qué sentido tiene esta aparición de Jesús a Tomás? La intención del evangelista es representar a Tomás, como modelo de incredulidad (cfr. Mc.16,14; Mt.28,17; Lc.24,37-41), y de los futuros discípulos. Juan, quiere mostrar al Resucitado, como el buen Pastor que conduce a sus discípulos, y a las nuevas generaciones de cristianos a la madurez de la fe: creer sin ver cimentado en el anuncio de la comunidad, los primeros testigos. A la semana siguiente, Jesús regresa a la comunidad y también Tomás, quien contempla a Jesús, que lo llama a tocar los signos de la Pasión y a dejar de ser incrédulo y convertirse en hombre de fe (v.27). Jesús, conoce su interior, acepta sus condiciones, pero lo invita a superar lo sensible, crecer en la fe, para contemplar al resucitado y así tener su propia experiencia de Cristo vivo y glorioso. Esta experiencia con el resucitado suscita su confesión es una de las más confiadas y realistas de todo el evangelio: “Señor mío y Dios mío” (v.28). Esta es la verdadera confesión de fe explícita y directa en la divinidad de Jesús. Nosotros no exigimos más pruebas, por ello, Jesús nos declara bienaventurados (v. 29). Todos los signos realizados por Jesús, como el mejor pedagogo, lleva a sus discípulos en su camino de fe.
La lectura mística. Santa Teresa de Jesús, posee la experiencia de Jesús resucitado, que transformó su vida en clave mística. “Su Majestad nos ha de meter y entrar él en el centro de nuestra alma; y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos, cuando dijo: “Pax vobis” (Jn 20,19), y salió del sepulcro sin levantar la piedra. Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo centro, aún más que aquí mucho en la postrera morada. ¡Oh, hijas, qué mucho veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria, y entender que no somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus maravillas! ¡Sea por siempre alabado, amén!” (5 Moradas 1,12-13).
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