
Domingo 01 de junio de 2025, La Ascensión del Señor (S)
Lc 24, 46-53
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
MIRANDO EL CIELO, MEJOREMOS EL MUNDO
ASCENSIÓN DEL SEÑOR. San Lucas 24,46-53.
El ser humano desde siempre quiere crecer, quiere ascender, busca superarse a sí mismo. No nos quedamos en lo que somos si no que nos educamos, nos formamos, buscamos una profesión o una labor artesanal para perfeccionarnos. Buscamos ser mejores personas. El papa Benedicto decía que al hombre actual más que saber el origen del ser humano le interesa más el futuro del ser humano
También desde que el ser humano existe ha mirado al cielo, ha mirado las estrellas, el sol, los astros, la lluvia, los fenómenos atmosféricos. Levantamos la vista. Miramos hacia arriba.
MIRAR AL CIELO
Hoy el evangelio nos da la Buena Noticia de que un ser humano, Jesús de Nazaret “ha ascendido a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos”
Y como dice la oración colecta: Porque en la Ascensión de Cristo, tu Hijo, nuestra humanidad es elevada junto a ti, ya que él, como cabeza de la Iglesia, nos ha precedido en la gloria que nosotros su cuerpo, esperamos alcanzar.
En Jesús la naturaleza humana que él comparte con ustedes, conmigo y con todo ser humano está en la gloria de Dios, está junto a Dios. Y como nos enseña el papa Benedicto: Nos dice el Papa Benedicto: “En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios.
Tenemos un espacio en Dios, tenemos un lugar. Los deseos de todos los hombres de ascender, de crecer han sido sobreabundantemente cumplidos. No vamos a la muerte eterna, vamos hacia la vida eterna.
CAMBIAR EL MUNDO
Y la perspectiva de la vida plena nos llama, nos invita a mejorar este mundo, a vivir lo que decía san Pablo VI: la civilización del amor. Nos decía el papa Francisco: La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia (…) Una auténtica fe-que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo”
Y ¿cómo buscamos mejorar el mundo? Con dos acciones esenciales: evangelizando y viviendo la solidaridad.
Jesús dice hoy: ustedes recibirán la fuerza del espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y los capacitará para que den testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el último rincón de la tierra.
Nos dice el papa Benedicto: “Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege. Pero son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia (…) En el marcharse, Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios”
Oremos con la Oración del Jubileo
Padre que estás en el cielo, la fe que nos has donado en
tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano, y la llama de caridad
infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
despierten en nosotros la bienaventurada esperanza
en la venida de tu Reino.
Tu gracia nos transforme
en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio
que fermenten la humanidad y el cosmos, en espera confiada
de los cielos nuevos y de la tierra nueva, cuando vencidas las fuerzas del mal, se manifestará para siempre tu gloria.
La gracia del Jubileo
reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos.
Amén.

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA
(Año Impar. Ciclo C)
Ascensión del Señor a los Cielos
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos:
a.- Hch. 1,1-11: Se elevó a la vista de ellos.
b.- Ef. 1,17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo.
c.- Lc. 24, 46-53: Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo.
– “Vosotros sois testigos de todas estas cosas” (Lc. 24, 46ss).
En este evangelio, asistimos a las últimas instrucciones que Jesús dejó a su Iglesia: palabras y obras, que la tradición nos recuerda. En ese tiempo, Jesús Resucitado, estaba con ellos visible, experimentable. Pero subirá al cielo, al Padre, y se acabarán las apariciones del Resucitado, y la Iglesia, esperará su parusía (cfr. Lc. 17, 22). Toda la actividad de Jesús, dominada por el cumplimiento de las Escrituras en su vida, lo mismo al comienzo de su ministerio, que al culminarlo (cfr. Lc. 4, 21; v. 44), enseña que todo hablaba de ÉL, lo mismo la Ley, que los Profetas y los Salmos (cfr. Lc. 16,17; 4,21). Son los tiempos del Mesías, tiempos de la realización de las promesas. Si bien, Jesús explicó las Escrituras, los apóstoles no comprendieron que era el Mesías plenamente, sólo después de la Resurrección les abrió la mente, para su comprensión. La fe en Jesús de Nazaret es obra del Resucitado, como también, la apertura de la inteligencia a las Escrituras. Sólo la luz pascual extiende la comprensión del AT, conduce al conocimiento de Jesús, Salvador deI mundo. Lo que anuncian las Escrituras, es la salvación para todos los pueblos. La salvación es fruto de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (cfr. Hch. 4,12). A todas las naciones, se predicará el Evangelio que comienza con la predicación y bautismo de Juan (cfr. Lc. 3, 6; Is. 40, 5; Lc. 2, 32; Is. 42,6). Más tarde la salvación se predicará en Jerusalén (cfr. Jn. 4, 22; Hch. 3, 25; Gen. 12, 3). Se anuncia la conversión y el perdón de los pecados, y la vida nueva que dona el Resucitado, porque es el Autor de la vida (cfr. Hch. 3,15; 5,31). Al tiempo de las promesas, sigue su cumplimiento en Cristo, y luego el tiempo de la Iglesia, días hechos de testimonio y misión. Los apóstoles son testigos de todo eso; son testigos de todos los momentos importantes de la vida de Jesús.
– “Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. …y fue llevado al cielo.” (Lc. 24, 48ss).
Ahora les asegura la presencia del Espíritu Santo, promesa que cumplirá una vez que sea glorificado y suba al Padre (cfr. Mt. 28, 18; Jn. 15,26; Joel 3,1-5; Hch. 2, 16-21). El mismo Espíritu, que ungió a Jesús, ahora también ungirá a los apóstoles; comienza el tiempo de la Iglesia, es decir, del Espíritu (cfr. Hch. 10, 38; 2, 33). Los apóstoles, deberán esperar al Espíritu Santo, establecerse en la ciudad, permanecer reflexionando y meditando, perseverar en la oración con María, la Madre de Jesús (cfr. Hch. 10, 39; Hch.1, 14). Jerusalén será la sede, donde los apóstoles serán revestidos de lo alto, con la fuerza del Espíritu Santo, cerca de Betania, camino del desierto, cerca de Jerusalén, sobre el Monte de los Olivos. Desde ahí salió el Mesías glorioso a cumplir con su destino de muerte y resurrección, hacia Jerusalén; Cristo Jesús ahora subirá a la gloria del Padre, y una vez sentado a la derecha del Padre, enviará el Espíritu Santo (cfr. Lc. 19, 28-38; Hch. 1, 12). Jesús bendice en forma solemne a sus apóstoles, como un Sumo Sacerdote (cfr. Eclo. 50,22); en ÉL serán benditas todas las naciones (cfr. Hch. 3, 25). El Resucitado vive a la derecha del Padre, pero volverá. Los apóstoles se despiden de Jesús postrados ante ÉL para recibir su bendición. Vuelven a Jerusalén, cumplen la última voluntad de Jesús. Su alegría y gozo es preludio del regreso del Señor Jesús. En su entrada en Jerusalén, Jesús tomó el templo para sí, era su casa, con lo que echó los cimientos de la comunidad eclesial (cfr. Lc. 19, 45). El templo seguirá siendo lugar de oración, de la comunidad de la Ascensión de y de Pentecostés (cfr. Hch. 2, 46; 3, 1; 5, 12. 20; 4,2). Lucas, termina su evangelio, con los discípulos en el templo, bendiciendo a Dios, porque, había sido bendecida por el Sacerdote Cristo Jesús, la alabanza de la Iglesia es su excelsa correspondencia a su eterna bendición. Comienza la alabanza incesante de la Iglesia a Dios, porque en ella reside la fuente de la salvación para el mundo entero.
Lectura mística. S. Teresa del Niño Jesús comenta este pasaje evangélico: Cuando Teresa medita el Cantar de los cantares (Ct.1,3-4), correremos tras el olor de tus perfumes, se identifica con la esposa que va tras de su Amado. “Dado que Jesús ascendió al cielo, yo sólo puedo seguirle siguiendo las huellas que él dejó. ¡Pero qué luminosas y perfumadas son esas huellas! Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr… No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío” (Ms. C 36v).
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