
Domingo 08 de junio, Pentecostés
Jn 20, 19-23
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO
San Juan 20,19-23
Los cristianos siempre queremos cambiar, ser mejores, llegar a la santidad, pero para eso no basta nuestra capacidad humana, nuestros buenos sentimientos, nuestras ideas hermosas o las ideas de los santos o incluso de la Biblia. Necesitamos recibir al Espíritu Santo. Y para recibirlo es necesario pedirlo, invocarlo, desearlo. El Papa Francisco le dice a los jóvenes en su carta: Invoca cada día al Espíritu Santo.
Los seres humanos buscamos tener experiencias que vayan más allá de nuestros límites humanos, buscamos extasiarnos, salir de sí mismo.
Lo hacemos porque muchas veces tocamos nuestros límites, no podemos con nuestras fuerzas humanas amar realmente, ser verdaderos 100%, ser lo que realmente somos.
Y buscando trascendernos los seres humanos buscan la droga, los vicios, las vivencias esotéricas, las experiencias deportivas extremas, actos un poco locos.
Pero la verdad es que muchas de esas acciones en vez de exaltarnos, extasiarnos nos destruyen, nos esclavizan, nos hacen menos humanos.
Por eso la única manera de extasiarnos es recibir el Espíritu Santo que hace posible en nosotros lo imposible como le dice el ángel a la Virgen María. Nos dijo el papa Francisco: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser verdadero” EG 8
Por eso sólo el Espíritu Santo puede transformarnos en plenitud.
El Espíritu al comienzo de la Iglesia convirtió a la primera comunidad cristiana llena de miedos, inseguridades, falta de preparación y un ambiente contrario en una comunidad alegre (parecía que estaban borrachos), entregada, servidora, evangelizadora.
Era una comunidad muy pobre, no tenían ninguno de los recursos que tenemos hoy: colegios, parroquias, capillas, universidades, santuarios, monasterios. Eran un pequeño grupo de hermanos y hermanas pero movidos desde adentro por el Espíritu Santo.
Siempre me pregunto porque los primeros cristianos tenían la alegría de vivir y testimoniar su fe sinceramente y nosotros que somos más, que tenemos hartas estructuras no lo hacemos. La diferencia es clarísima. Ellos se movían por el Espíritu Santo y nosotros no.
Nosotros también podemos preguntar como lo hicieron la multitud a los apóstoles: ¿Qué debemos hacer? Rezar, pedir, invocar al Espíritu Santo todos los días. Dejar a un lado otras devociones y centrarnos en el Espíritu Santo. El puso de pie a la primera Iglesia y El y solo El podrá poner de pie nuestra Iglesia de hoy. No hay marketing ni propaganda que pueda transformar la Iglesia y el mundo. Sólo el Espíritu Santo.
Como dice la Oración al Espíritu Santo: Mira el vacío del hombre cuando tú le faltas por dentro. ¿Qué vacíos hay en el ser humano hoy que necesitan la presencia del Espíritu de Dios?
El vacío del sin sentido de la vida. El vacío de ideas firmes, nos dejamos llevar por pelambres, chismes de la farándula, cosas que no llenan el corazón del ser humano, la posverdad.
El vacío del materialismo, de creer falsamente que las cosas llenan el corazón y por eso consumimos pero no quedamos satisfechos.
El vacío de una vida chata, aburguesada, sin problemas, buscando sólo la comodidad.
El vacío de los jóvenes sólo buscando el carrete y huyendo de la realidad.
Sigue la oración diciendo: Mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Tantas veces que luchamos contra nuestras malas tendencias, nuestros pecados y no cambiamos porque lo hacemos con nuestras fuerzas humanas y como sabemos lo que nace de la carne es carne (Jn 3,)
Si vemos que el Espíritu perdona los pecados, nos invita a perdonar a los demás, como dice el Evangelio de hoy: “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengan, les quedan retenidos” el Espíritu nos mueve a perdonar, a dejar el juicio en las manos de Dios. Significa perdonar de corazón al esposo las faltas pequeñas o grandes, los errores de los compañeros, dejar de calificar o hablar de los demás. El perdón del Espíritu nos lleva a excusar, a no acusar a los demás. A veces vivimos acusando, viendo los defectos de los demás.
Oremos muchas veces: VEN ESPÍRITU SANTO.

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
(Año Impar. Ciclo C)
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos:
a.- Hch. 2,1-11: Se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
b.- 1Cor.12,3.7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
c.- Jn. 20, 19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
– “Al atardecer de aquel día…se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” (Jn. 20, 19ss).
El evangelio nos presenta una aparición del Resucitado a los discípulos que permanecen encerrados por miedo a los judíos. La proclamación del mensaje de la resurrección no disipa el miedo a los judíos, quienes provocaron la muerte de su Maestro. El saludo de paz que Jesús les otorga viene a confirmar las promesas que les había hecho de dar su paz (cfr. Jn. 14,27; 16,33). Desde ahora, los discípulos pueden animarse, porque Jesús está de nuevo en medio de ellos. A los apóstoles, les pudo asaltar la duda, de si realmente el que está en medio de ellos es el que habían Crucificado. Luego de darles la paz, les enseña las heridas de sus manos y el costado. Jesús Resucitado es realmente, la misma persona, que había sido levantada en la Cruz y cuyo costado había sido abierto, por la lanza del soldado (cfr. Jn. 19, 18. 34). Surge la alegría en medio de los discípulos, se respira la paz, en medio de la confusión; Jesús de Nazaret, Crucificado y Resucitado, está en medio de ellos, les trae alegría (cfr. Jn.14, 27; 16,33). El anuncio hecho por la Magdalena ahora es confirmado por esta experiencia de Cristo resucitado. Este relato, tiene por finalidad, no sólo mostrar el cumplimiento de las promesas acerca de la paz y la alegría, sino mostrar también, los frutos de la resurrección al mundo: La paz entre el cielo y la tierra; el don del Espíritu, el perdón de los pecados y la participación en la misión evangelizadora. Dones que el Pascua, hay que pedir para vivirlos todo el año.
– “Como el Padre me envió, también yo os envió. Dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20,21-22).
El saludo de paz recuerda que la oración que hizo la noche antes de morir no era un solo un buen deseo, así como ÉL había sido enviado por el Padre, ÉL los a enviados al mundo (cfr. Jn. 13, 20; 17, 18). Pero nadie mejor que Jesús conoce su fragilidad, ellos necesitan a Dios como Padre, ora para que sean santificados, pues han de ser santos, como lo es Jesús. (cfr. Jn. 17,11-16; 17-19). Esta santidad sólo se puede hacer realidad mediante la presencia del Paráclito, el Espíritu Santo (cfr. Jn. 14,16-17. 26; 15, 26-27; 16, 7-11. 12-15). El evangelista había dicho con motivo de la promesa del agua viva, que no se había dado el Espíritu, porque todavía Jesús no había sido glorificado (cfr. Jn. 7, 39). En el patíbulo de la Cruz, Jesús dona el Espíritu a la incipiente comunidad: su Madre, el discípulo amado y la Magdalena; Jesús ha sido glorificado, por ello vierte su Espíritu en el último suspiro, preludio de la efusión del Espíritu Santo. ¿Qué sentido tiene esta donación del Espíritu? Se constata que el Espíritu está con la comunidad y en la Iglesia para siempre (cfr. Jn. 14,16-17; 15, 26-27). La comunidad deberá continuar la misión de Jesús, para que el mundo sepa que ÉL es el enviado del Padre (cfr. Jn. 17, 21. 23). Será el Espíritu quien dará testimonio de Jesús mientras esté ausente, hasta que los que siguieron a Jesús desde el comienzo sean también sus testigos (cfr. Jn. 15, 26-27). No hay más que una hora de Jesús, por lo tanto, hay un sólo Espíritu que se dona a la comunidad para que sean testigos de Jesús (cfr. Jn. 20,22), ya sea al pie de la Cruz, como la mañana de resurrección y lo sopla sobre sus seguidores, para que estén en el mundo como estuvo ÉL.
– “A quienes perdonéis los pecados…” (Jn. 20, 23).
Dentro de esa futura misión por medio de su ministerio, los pecados serán perdonado o retenidos, el Espíritu, pondrá al descubierto el pecado, la rectitud y el juicio (cfr. Jn. 16, 7-11), con lo que los apóstoles serán agentes de santificación en medio de la comunidad. Si bien la santificación, trae la alegría al cristiano, por otra, manifiesta, lo que se opone al amor manifestado por Dios en Jesús (cfr. Jn. 3, 16-17). El perdón de los pecados se confía a la Iglesia, por lo tanto, sólo ella puede reconciliar o retener ese perdón, hasta que se den las condiciones necesarias para ello. Estas son arrepentimiento o dolor de los pecados por haber ofendido a Dios, propósito de enmienda, la confesión propiamente tal y la cumplir la penitencia impuesta. El pecado por muy íntimo o personal que sea ofende a toda la comunidad y su reconciliación o perdón recibido, porque es pedido con las condiciones necesarias para recibirlo, es una bendición para toda la Iglesia. La reconciliación sacramental es necesaria para el perdón de los pecados.
Lectura mística. El místico Doctor y eximio poeta S. Juan de la Cruz interpreta este evangelio. En Llama de Amor viva en su 3ª estrofa dice: “Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido, / que estaba oscuro y ciego, / con extraños primores/ calor y luz dan junto a su querido” (LB 3). Nos invita a ser lámparas, es decir, dar luz y calor. Pero a su vez, lucir en nuestra vida los atributos divinos: su amor y misericordia, sabiduría y ciencia, verdad y bondad, etc. Es la participación, obra del Espíritu Santo, en la vida divina que comenzó con el Bautismo.
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