1.- El buen trato, la prevención del abuso, en sus diversas manifestaciones, y la práctica de la virtud de la prudencia, ciertamente, forman parte de una cultura en la que todos estamos indiscutiblemente comprometidos. Y en la cultura escolar, estos elementos, deben formar parte de la dinámica propia de las relaciones interpersonales. La confianza, el respeto, la lealtad, la comunión fraterna, el compromiso institucional, el espíritu de servicio, el responsable trabajo diario, la motivación, entre otras cosas, se deterioran cuando aquellos aspectos se desdibujan.
2.- Vivimos un tiempo complejo como Iglesia, junto con la emergencia de muchas interrogantes que incluso hasta pueden hacernos flaquear en nuestra fe. Sin embargo, precisamente, desde la fe en Jesucristo, el fundamento de nuestras convicciones y sentido de nuestra vida, podemos vivir esta crisis, paradojalmente, como una oportunidad. Sí; una oportunidad para escuchar, discernir y consolidar de mejor manera nuestro servicio pastoral educativo. Escuchar, en primer lugar, lo que Dios nos quiere decir; escuchar a quienes desde la transparencia y la verdad quieren, no sólo lo mejor para sí mismos, sino fundamentalmente para los demás; discernir en espíritu de comunión y participación la mejor manera de concretar lo que hemos descubierto en esa actitud de escucha; y disponernos a servir, desde la vocación de educadores(as) que como un don de Dios hemos recibido.
3.- Como comunidad educativa transitaremos por el sendero del buen trato, la prevención del abuso y la práctica de la virtud de la prudencia, siempre y cuando no perdamos de vista el desafío de “humanizar la educación”. Desafío que nos ha planteado el Papa Francisco como una necesidad. Porque canalizar todos nuestros esfuerzos en función de este propósito, significa poner a la persona al centro de todo nuestro quehacer. En el caso de nosotros como educadores(as), la persona del alumno(a), en primer lugar, y todos los que forman parte de la comunidad educativa.
4.- Instalar la cultura del buen trato, la prevención del abuso y la prudencia, implica también hacer el ejercicio de revisar, de manera concienzuda y veraz, nuestra propia manera de relacionarnos con los demás, en el contexto de una profunda conversión. En definitiva, preguntarnos qué debo transformar en mí, en beneficio de la cultura del cuidado; qué actitudes mías están entorpeciendo el positivo clima y ambiente laboral que debemos procurar; ante qué aspectos de mi persona debo estar más vigilante, para ser un auténtico agente de comunión fraterna. Un auto-cuestionamiento sincero y humilde vivido con la ayuda del Espíritu Santo, siempre dispuesto a renovar todas las cosas.
5.- El Papa Francisco ha dicho que uno de los peores terrorismos es la murmuración. Así es. Porque, aunque la frase nos parezca impactante, es verdad que el nivel y alcance de destrucción que provoca esa conducta es insospechada. Y, más aún, las alternativas de reparación son prácticamente nulas. De ahí que es necesario aplicarnos en caminar llevando muy de la mano la virtud de la prudencia, la que, a su vez, tiene que estar muy unida a la verdad. Forma parte entonces de la cultura del cuidado velar en nuestras comunidades para que no se siembre la cizaña de la murmuración y nos dispongamos siempre a manifestar con prudencia la verdad.
6.- Caminaremos también por el sendero del buen trato, la prevención del abuso y la práctica de la prudencia, en la medida que nos dispongamos responsablemente a hacer buen uso de los protocolos oficiales en pro de la sana convivencia escolar. Instrumentos de ordenamiento y muy válidos en el plano operativo. Protocolos que, sin lugar a dudas, nos ayudan a llevan adelante procesos en un contexto de transparencia. Esto fortalece la confianza cimentada en la verdad y le quita tribuna a la murmuración.
7.- Finalmente, disponernos a caminar por esta ruta nos ayudará a re-encantarnos y re-encantar a los demás con lo más distintivo de nuestra identidad de cristianos: El amor. Ese amor vivido por Jesús, que lo hizo una persona respetuosamente cercana, un verdadero acompañante a la hora de discernir y un agente de esperanza en la fe contra toda desesperanza humana. En síntesis, el amor de la pedagogía de Jesús reflejado en el encuentro con los peregrinos de Emaús.
Pbro. Edgardo Fernández Apablaza
Vicario Episcopal de Educación
Obispado de Valparaíso
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