El 20 de septiembre de 1993 la Asamblea General de la ONU (Resolución 47/230) consagró el 15 de mayo como el Día Internacional de la Familia, con el objeto de relevar la importancia de ésta y promover su cuidado. De este modo, se buscó que esta primera comunidad que constituye el fundamento de la convivencia social fuera puesta en el tapete de la vida pública. ¿Era necesaria una declaración? Como ocurre con las realidades naturales que valen por sí mismas (padre, madre, niño…), con o sin mención de un “día” especial, la familia seguiría siendo aquel espacio último al que todos los seres humanos acudimos ?aún en su carencia? en momentos de crisis o de satisfacción, para compartir momentos íntimos y para proyectar nuestra vida: acude al diálogo al interior de la familia aquel hijo que ha sido sancionado en el colegio; aquella madre que vibra ante la llegada del primer bebé; ese padre que llora camino a casa tras haber sido despedido; aquel nieto que reclama experiencia de la boca de sus abuelos…
La familia es, por ello, una comunión de personas que contiene, cura y plenifica. Es aquel remanso que calienta desde el hogar (de la hoguera en torno a la que los primeros humanos contaban las historias y hazañas de los antepasados) a todos a quienes por los vínculos que los unen se identifican con aquel espacio vivo de intercambio y contención. Ello ha sido así a lo largo de los siglos e independientemente del contexto social en el que la familia se viera posicionada. En cada momento de la historia ha habido valía y riesgo para la misma, y, de algún modo, siempre ha salido fortalecida. Por ello, en tiempos complejos como los que vivimos hoy, la vocación solidaria de la familia, como sujeto social, ha vuelto a resurgir en medio de la crisis humanitaria, dando cuenta de su vocación natural que es de suyo empática y abierta a hacerse cargo de las situaciones que nadie más asume. Es así que en días como los que hoy vivimos, en los que el requerimiento pragmático de las restantes instituciones ?empresariales o financieras? transa, volviendo muchas veces la espalda a la colaboración, la familia, una vez más, sigue en pie, atenta y resiliente. Por ello su rol en la sociedad antecede con creces al valor que queramos atribuirle con posteriores reconocimientos declarativos. Se nos anticipa.
Es decir, la familia es un sujeto social de tal relevancia y autoconsistencia que pese a que no se le nombre o se le prive de la concesión de especiales derechos o prerrogativas públicas ?que por lo dicho las debiese tener, aunque hasta ahora en Chile esto no se perciba con claridad? funciona como la institución que sin ella no sería posible articular ninguna de las relaciones sociales que surgen desde la misma: empresariales, asociativas, culturales, gubernamentales, etc. Es, en el fondo, una institución genuina y naturalmente primaria que en su aparente silencio siempre está presente. Por ello celebramos hoy a la Familia, acentuando que el “día” que la reconoce es precedido por el contenido y significado de lo que ella es en sí misma, como la instancia que entronca nuestro pasado, abre horizontes, y continúa, generación tras generación, proyectando a la humanidad hacia las expectativas del mañana.
Fuente: Comunicaciones Facultad de Teología de la PUCV
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