Domingo 16 de junio, 11° del Tiempo Ordinario
DOMINGO 11 B
Por: Pbro. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso
El Señor nos presenta el Reino de Dios hoy en el evangelio con dos parábolas:
1.-La semilla que el campesino echa en tierra, nos enseña algo que todos hemos vivido: cuando ponemos una semilla en la tierra, vemos que la semilla tiene una fuerza en sí misma, de tal manera que duerma o se levante, sin que el campesino sepa cómo la semilla germina y va creciendo. Hay un milagro, porque nadie le ha enseñado a la semilla que puesta en tierra, se rompa y se abra, y salga primero un tallo rompiendo la dura tierra sigue creciendo, primero una espiga y después el grano abundante. ¿Qué significaría aplicado al Reino de Dios? Que aunque a nosotros nos parezca extraño el Reino de Dios, el reino del Bien del amor, de la paz, de la solidaridad va creciendo. Nosotros creemos que parece que el Reino del mal: las injusticias, la guerra, la violencia, la delincuencia, el materialismo parece más presente que el Bien. La Buena Noticia nos dice que eso es sólo apariencia porque el Reino de Dios crece sin que nosotros hagamos nada. Como dice un refrán oriental: un árbol que cae hace mucho más ruido que un bosque entero que crece. Esta es la mirada del Reino de Dios. Es consolador saber que al lado de personas que caen en el mal, hay muchas personas que hacen el bien. El Reino de Dios crece no por nuestra fuerza o nuestro empuje o nuestro compromiso sino por la Fuerza del Señor. El Reino de Dios crece solo, sin la fuerza humana. El Reino de Dios tiene una fuerza imposible de destruir como la pequeña semilla que crece día y noche; el bien va creciendo, sin que nos demos cuenta. Nosotros creemos que el reino del mal va creciendo más que el Reino de Dios. Nos fijamos más en lo malo que en lo bueno. Las noticias nos hacen creer que el mal está triunfando pero, siempre el Reino de Dios crece sin que nosotros hagamos nada. El bien camina en el corazón de los hombres.
2.-La segunda parábola es de la semilla de mostaza y nos hace ver que el Reino de Dios es algo humilde, escondido, pequeño y frágil. Nosotros quisiéramos que el Reino de Dios irrumpiera con fuerza, con grandeza, con grandes manifestaciones, pero no es así. La tentación de colocarnos como protagonistas de la causa del Reino de Dios y no como servidores es muy grande. Hubo un tiempo en que en la Iglesia hablábamos de que cada cristiano debe construir el Reino de Dios con su compromiso y esfuerzo, pero eso era un voluntarismo, un pelagianismo como dice el Papa Francisco. Porque eso sería un reino del ser humano y no de Dios; así el Reino ya no es el de Dios, sino el que cada uno quiere construir. El Reino será siempre obra y don gratuito de Dios. Lo que nace de la carne es carne, es débil y muere. Lo que nace del Espíritu del Señor crece y llega a ser la más grande de los arbustos. En realidad, en lo minúsculo actúa ya lo grandioso: incluso en el mundo que no conoce el reino, éste está ya actuando; incluso en el corazón del pecador más endurecido puede brillar aún una lucecita y convertirse en gloria y fuego devorador. Se trata de tomar a Dios en serio a pesar de todas sus apariencias. El Reino de Dios como un grano de mostaza está en lo pequeño, en lo humilde, en lo escondido. Por eso la evangelización, la misión de la Iglesia es igual en humildad, sencillez. No caer en el triunfalismo.
La Virgen María que canta alegre al Señor porque ha mirado la pequeñez de su esclava nos ayude a vivir esta Palabra de Hoy.
SEÑOR, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y, pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protégela siempre con tus auxilios en el peligro y dirígela hacia la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.
DÉCIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Año par. Ciclo B)
Por: P. Julio Gonzalez C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.
Lecturas bíblicas:
Abrimos nuestra Biblia y buscamos:
a.- Ez. 17, 22-24: Ensalza los árboles humildes.
b.- 2Cor.5, 6-10: En destierro o en patria nos esforzamos en agradar al Señor.
c.- Mc.4, 26-34: La semilla que crece por sí sola y el grano de mostaza.
– “El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra…” (Mc. 4,26ss).
El evangelista, nos presenta dos parábolas: la semilla que crece por sí sola (vv. 26-29), y la semilla de mostaza (vv. 30-32). Es la tensión, que produce la llegada del Reino, en la historia de los hombres, a comienzos humildes en las manifestaciones de Jesús, sin embargo, el final será espléndido. En la primera parábola, la semilla crece por sí sola, sin la ayuda del hortelano. En lo esencial, lo cósmico abarca el día y la noche, y las estaciones: el otoño cuando se siembra, el descanso del invierno, el germinar de la semilla en primavera, y el verano cuando se siega. Sólo en el tiempo de la recolección, el hortelano, toma la hoz y cosecha el trigo (cfr. Jl 4,13), donde hay una referencia al Juicio escatológico. El Reino de Dios, si bien, es una iniciativa divina, acepta la colaboración humana, pero será siempre Dios quien guíe la obra. El labrador, ha confiado a la tierra la semilla, y se va, su trabajo ha terminado. Todo lo que sucede entre la siembra y la cosecha, es activado sin su trabajo (v. 27). Es Dios quien trabaja, el secreto lo guarda la tierra, su disponibilidad, la fecundidad de la semilla, que, en la oscuridad, se transforma en nueva vida. El hortelano debe reconocer que no puede intervenir, sólo debe esperar confiado hasta la siega (v.28). Misterio que se transforma en milagro de alegría y triunfo, en rico pan blanco y nutritivo (cfr. Is. 9,2). Se vuelve a la actividad cuando ha llegado la siega (vv. 29). Por otra parte, esta parábola, está en contra de aquellas actitudes de quienes quieren forzar la venida del Reino o del Mesías, como los fariseos con su observancia perfecta de la ley de Moisés o los zelotas, nacionalistas judíos, por medio de las armas; el estilo de Jesús es con el evangelio del amor. Al discípulo, se pide su colaboración, pero el futuro está en las manos de Dios. Dejemos que su Espíritu siga explicando estas parábolas a su Iglesia.
“Y decía: ¿Cómo compararemos el reino de Dios? ¿O con qué parábola podremos proponerlo? Es como un grano de mostaza, …” (Mc.4,30ss).
La segunda parábola no habla del hortelano, pero sí presente en echar la semilla a la tierra, para concentrarse en la vida del grano de mostaza tan pequeño pero que encierra su propio misterio: crecer hasta convertirse en un gran árbol, que has las aves hacen sus nidos (v.32). El misterio del crecimiento está en la tierra, Dios ha confiado a la semilla una fuerza vital, y sigue siendo en definitiva el responsable del crecimiento (cfr.1Cor. 3, 7; Sal. 104,14ss). La comunidad, si bien, al comienzo es pequeña, está llamada a crecer. Quizás el autor está pensando en las profecías que hablaban de la integración de todos los pueblos en la Iglesia (cfr. Dn. 4, 9. 18; Ez. 31, 6). Lo importante de estas parábolas, es que el Reino de Dios, ha comenzado su desarrollo en la historia de los hombres, y sus fases, se irán descubriendo con los signos de los tiempos, donde lo que los acogieron, responderán a la voluntad de Dios y custodiarán la paz, la verdad, la justicia y el amor que les ha sido entregado. El final del Reino, su culminación está en la otra orilla, es de carácter escatológico y pertenece a Dios y a su poder (cfr. Mc. 9,1). Dios completa su obra, el futuro pertenece a Dios a su poder (cfr. Mc.13, 32), tanto como el presente.
Lectura mística. San Juan de la Cruz ve el grano de mostaza como manifestación creciente del amor del Espíritu Santo en los altos estados de vida mística. “Porque siente el alma allí como un grano de mostaza muy mínimo, vivísimo y encendidísimo, el cual de sí envía en la circunferencia vivo y encendido fuego de amor. El cual fuego, naciendo de la sustancia y virtud … siente difundir sutilmente por todas las espirituales y sustanciales venas del alma según su potencia y fuerza, en lo cual siente ella convalecer y crecer tanto el ardor, y en ese ardor afinarse tanto el amor, que parecen en ella mares de fuego amoroso…, llenándolo todo el amor. En lo cual parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor, sintiendo en sí, como hemos dicho, el vivo punto y centro del amor. “(Llama de amor viva 2,20).
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