Restaurar vínculos

Decía Tomás de Aquino que existen tres inclinaciones naturales en el ser humano que la ley debe salvaguardar. Una específica del ser humano, que es la inclinación a vivir en comunidad y conocer a Dios; otra que el ser humano comparte con los animales, que es la procreación; una tercera, que el ser humano comparte con todo lo que existe, que es la conservación de su ser. No cabe duda que estas inclinaciones humanas han sido descuidadas, y peor aún debilitadas con dislate jurídicos en nombre de la libertad personal. El debilitamiento de estas inclinaciones deja expuesta a las personas a la más absoluta indefensión, porque, aunque a simple vista no se advierta, disuelve los vínculos estables necesarios para toda vida humana y produce una fisura en la noción de nuestra existencia. Alexis de Tocqueville anticipó en La democracia en América que las formas de despotismo ya no serían con instrumentos groseros que antaño empleaba la tiranía, sino que sería más sofisticada e iría por aquello que más debilitara a los seres humanos. En efecto, si antes para llegar al alma se flagelaba vigorosamente el cuerpo de los ciudadanos, hoy los gobiernos dejan el cuerpo y van directamente al alma. El amo ya no dice: piensa como yo o morirás, sino: eres libre de no pensar como yo. Tú vida, tus bienes, todo lo conservaras, pero a partir de ese día serás un extraño entre nosotros. Cuando se acerquen a sus semejantes, huirán de ustedes como de apestados e incluso aquellos que crean en su inocencia los abandonarán. Les dejo la vida, pero la que les dejo es peor que la muerte. Esta sentencia refleja muy bien cómo en la medida en que las personas van perdiendo esas inclinaciones y vínculos necesarios, arrecia la más amarga soledad, cada persona es un desconocido para otro y se va perdiendo el gusto de vivir. Un hagiógrafo dice que en el infierno nadie se ve el rostro, pues todos se encuentran de espaldas. Hoy es muy difícil mirar el rostro de alguien sin que surja una sospecha o una posible agresión.

Hay una repercusión, además, no suficientemente conversada en relación con los suicidios. Hilaire Belloc denominó aislamiento del alma a aquellos trastornos psíquicos que devienen en suicidios y lo describió como una pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por los vínculos. El solipsismo contemporáneo es feroz, ensimismamiento en el consumo tecnológico, con lazos familiares y afectivos volubles y difusos, hay una ruptura con la realidad y se ha exaltado el idealismo que incita a delirios de grandeza, sueños imposibles o anhelos irrealizables. Se ha roto el vínculo con las formas heredadas de conocimiento y cultura, en conjunto con los vínculos de orden sobrenatural. ¿Qué le va quedando al ser humano después de este panorama?

George Steiner cuando se preguntaba si acaso la verdad tendría futuro y la confrontaba con el futuro del hombre, decía que tenía más esperanza en la verdad que en la existencia del hombre. Es quizás aquí donde la fe tiene su permanente novedad y propuesta. Porque Jesucristo es la Verdad, la verdadera beatitud de la entrega y del amor, la aguja que enhebra el tejido roto, el sayal de la existencia rasgada por el dolor y el sufrimiento. Debemos emprender el rumbo de un Estado de bienestar hacia una sociedad del bienestar, y en este ámbito los creyentes podemos ser decisivos.   

Por: Pbro. Alejandro González, Diócesis de Valparaíso.

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