Reflexión Evangelio

Domingo 15 de septiembre, domingo 24° durante el año.

Mc 8, 27-35

Por: Pbro. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso

CONVERSIÓN AL VERDADERO MESÍAS

Domingo 24 ciclo B. san Marcos 8,27-35.

Escuchando el evangelio vamos viendo muchas veces que nuestra mente, nuestras costumbres, las ideas chocan con el evangelio de Jesús. Hay un desajuste. El evangelio no sigue la lógica del mundo ni nuestra personal lógica. Como dice Jesús hoy a Pedro: Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

Le podríamos replicar a Jesús diciendo que como somos hombres no podemos pensar como  Dios. Somos limitados, somos débiles, nos falta sabiduría.

Los hombres pensamos que lo menos para nosotros es vivir sin problemas, vivir tranquilos. Queremos salvar nuestra vida. Queremos vivir la vida con salud pero encontramos la enfermedad. El que se cuida, se protege puede llegar a estar permanentemente sobre exigido. Buscando salvarnos a nosotros mismos podemos llegar a hacer de nuestra salud, de nuestro bien propio una ideología. Este salvarse nos hace girar alrededor de nosotros mismos. Sólo se gana a sí mismo el que se olvida de sí mismo en la entrega.

El Señor viene a entregar su vida no a salvarla. Él no se salva a sí mismo, sino que nos salva a nosotros dando su vida.

El verdadero Mesías no es el que Pedro y muchos pensaban: Un líder triunfador, que les daría la libertad, la prosperidad a Israel como en tiempos de David.

Por eso para ser verdaderos discípulos del Señor tenemos que hacer permanentemente tres acciones:

Negarse a sí mismo: Para ser discípulo del verdadero Mesías es importante estar siempre renunciando a sí mismo. Distanciarnos de nuestro ego posesivo. Decir no a las tendencias egocéntricas. Ir dejando el que todo tiene que hacerse como yo quiero. La Iglesia, la vida tiene que seguir mi criterio. Renunciar porque de lo contrario estaré dando vueltas en torno a mí mismo.

Cargar con la cruz: La cruz es signo de contradicción porque la componen dos direcciones opuestas: una horizontal y otra vertical. Por eso llevar la cruz es asumir lo contradictorio de mi persona, de la vida. Todos queremos ser amables pero nos sale también la parte poco amable de nuestra persona. Asumirla con humildad. Aceptarme como soy. Como dice el Papa Benedicto: lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. Es dejarse abrazar por la Cruz de Jesús. Recordemos que la cruz siempre es entre dos, Él nos propone llevarla juntos.

Seguir a Jesús: Seguir a Jesús es ser discípulo y no maestro como lo hizo Pedro al reprenderlo. En el seguimiento de Jesús siempre tenemos que seguirlo detrás. Nunca querer ser el primero. Nunca podemos confiarnos que nuestra fe está consolidada, sino que tenemos que hacer siempre el proceso de conversión al Mesías humilde, bondadoso, que carga con los pecados del demás, misericordioso. Jesús va primero, no puedo yo decirle lo que tiene que hacer. Nuestro lugar es ponerse detrás como discípulo.

Oremos al Señor: Jesús tú me invitas a llevar la cruz, pero yo me rebelo ante el dolor, no me la puedo, es algo superior a mí, ven con tu amor y consuelo para llevarla contigo. Yo igual que Pedro quiero el camino fácil, tranquilo, cómodo. Quiero salvar mi vida, dame tu Espíritu Santo para renunciar a mí mismo y seguirte a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.

VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Año par. Ciclo B)                       

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos:

a.- Is. 50, 5-10: Ofrecí la espalda a los que golpeaban

b.- Sant. 2,14-18: La fe si no tiene obras está muerta.

c.- Mc. 8,27-35: Profesión de fe de Pedro: Tú eres el Cristo.

En el evangelio, encontramos tres secciones: la confesión de fe de Pedro (vv. 27-30), el primer anuncio de su pasión y resurrección (vv. 31-33), y la tercera las condiciones para seguir a Jesús (vv. 34-35). En la primera parte, el evangelista nos presenta la última etapa de la estadía de Jesús en Galilea antes de subir a Jerusalén. Por ello la pregunta que hace a los suyos es para asegurarse que sus discípulos suban a Jerusalén como discípulos, más que como peregrinos; hay que confirmar la opción hecha anteriormente (v. 27). La gente tiene una alta estima de Jesús, lo considera entre los grandes profetas, los que han estado más cercanos a Dios. En este ambiente tranquilo les pregunta directamente a ellos ¿qué piensan sobre ÉL? (v.29). Se pasa de la opinión periférica de los otros a la de ellos, tomar posición frente a Jesús. Ante la pregunta de Jesús, sobre qué piensa la gente acerca de Él, la respuesta de Pedro es toda una confesión de fe: «Tú eres el Cristo.» (v.29). Esta confesión es sobre la verdadera identidad de Jesús, la misma que más tarde confesará en la Pasión; aunque falta la luz pascual, confesión envuelta de incomprensión, identifica a Jesús como el enviado definitivo de Dios, el Mesías, cumplimiento de las profecías y de esperanzas de Israel. En los últimos tiempos se pensaba en un libertador político, el Mesías, pero Jesús no quiere alimentar falsas expectativas, por ello manda inmediatamente callar acerca de su identidad (v.30).

– “Comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas” (vv. 31ss).

En un segundo momento (vv. 31-33), inmediatamente obtener esta confesión, Jesús anuncia su pasión y resurrección, alejando de su rol de Mesías, toda idea de mesianismo político, que traducen el nacionalismo judío, que sostenían los apóstoles. Más bien, Jesús de Nazaret, calza con el Siervo sufriente de Isaías, sólo a la luz de la Pascua vinieron a comprender esto los apóstoles y la primitiva comunidad. El Nazareno indica con toda claridad lo que entiende por Mesías: ofrecer la vida, subir a Jerusalén, morir y al tercer día resucitar. La reacción de los apóstoles desconcertados en cuanto a comprender al Maestro y mucho más difícil el seguirle por esta nueva etapa del camino de seguimiento que habían emprendido. La protesta de Pedro es por querer ahorrarle la pasión y muerte a Jesús, el sufrimiento; sin darse cuanto Pedro se pone en la línea de Satanás que querían un mesianismo triunfalista, lleno de gloria y éxito. Jesús reprende a Pedro con palabras muy duras: sus pensamientos son lo de los hombres, no los de Dios (v.33).

– “Si alguno quiere venir en pos de mí” (Mc. 8, 34ss).

Concluye esta sección (vv. 34-35), con el llamado que hace Jesús a seguirle, es un compromiso con ÉL, la totalidad de la petición centra todo el sentido las palabras del Maestro, un vaciarse de nosotros mismos en vista de ÉL. Un orgullo natural nos hace afirmarnos en nosotros mismos, aunque esa soberbia no lleva a ningún destino, lo que hace difícil ese vaciamiento interior. Jesús, en cambio, exige que para ir con ÉL es necesario renunciar a nosotros mismos y cargar con nuestra cruz. “Salvar la vida” significa replegarnos en nosotros mismos en forma egoísta olvidando al prójimo, puro egoísmo, teniendo la satisfacción como meta, es camino de fracaso seguro. “Perder la vida” significa entregarla por Cristo y su evangelio al prójimo. Se trata de la centralidad de Jesucristo en la vida del discípulo, no mero filantropismo o solidaridad, sino un vínculo fuerte y totalizador con su Persona y su Evangelio, modo concreto para conocerle y encontrarle. La totalidad nos habla de una dimensión de amor, uno e indiviso. Jesús vale tanto que hay que estar dispuestos a entregar la vida, a fin de mantenerse en el “unum necessarium”, lo único necesario.  

Lectura mística de la Doctora de la Iglesia S. Teresa de Jesús comprende las palabras de Pedro: “Estaba una vez recogida con esta compañía que traigo siempre en el alma y me pareció estar Dios de manera en ella, que me acordé de cuando San Pedro dijo: «Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo»; porque así estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras visiones, porque lleve fuerza con la fe; de manera que no se puede dudar que está la Trinidad por presencia y por potencia y esencia en nuestras almas. Es cosa de grandísimo provecho entender esta verdad. Y como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: «No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen». También entendí algunas cosas de la causa por qué Dios se deleita con las almas más que con otras criaturas, tan delicadas que, aunque el entendimiento las entendió, de presto no las sabré decir” (Cuentas de Conciencia 41,1-3; O bien: Relaciones 54,1)  

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