Editorial: La importancia de la Sagrada Escritura en el Mes de la Biblia

Estamos culminando el mes de septiembre, un mes especial para los católicos, ya que celebramos el Mes de la Biblia, un tiempo dedicado a profundizar en la Palabra de Dios, un tesoro invaluable para nuestra fe. Esta conmemoración cobra aún más relevancia al recordar a San Jerónimo, cuyo legado ha marcado la relación de la Iglesia con las Escrituras. San Jerónimo, gran estudioso de la Biblia, dedicó su vida a traducirla al latín, creando la Vulgata, que permitió que la Palabra de Dios fuera accesible a una mayor parte del pueblo cristiano. Su famosa frase, “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, es un llamado perenne a adentrarnos en el conocimiento de la Palabra divina, pues en ella encontramos la revelación de Cristo mismo.

En este contexto, la sinodalidad , que promueve caminar juntos como Pueblo de Dios,  nos invita a hacer de la Biblia un punto de encuentro en nuestra fe comunitaria. En un tiempo en el que la Iglesia busca renovarse a través del diálogo, la escucha y el discernimiento, la Sagrada Escritura se presenta como un faro que ilumina nuestro camino común. Es urgente que nos acerquemos a ella no solo de manera personal, sino también en comunidad, compartiendo y reflexionando juntos en la Palabra para poder comprender más profundamente lo que Dios quiere de nosotros.

La herencia de San Jerónimo nos recuerda que la Biblia no es un libro del pasado, sino una voz viva que habla hoy, guiándonos en nuestra misión de ser discípulos en comunión. Como parte del proceso sinodal, leer la Escritura con corazones abiertos nos permitirá descubrir cómo Dios nos llama a actuar con justicia, amor y unidad en nuestro mundo actual. Así, en este mes de la Biblia, se nos ofrece una oportunidad para redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios en nuestras vidas y en nuestra Iglesia, y permitir que nos inspire a seguir caminando juntos hacia la plenitud de Cristo.

María, confirma su fe diciendo “hágase en mí según tu Palabra” (Cf. Lc 1,38), que podamos como ella sumergirnos en la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, motivados por esta Palabra que se hizo carne, y habitó entre nosotros (Cf. Jn. 1,14)

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