En la celebración del IV Domingo de Pascua resalta, como tema central, la figura del Buen Pastor, que tiene una honda raigambre cultural y religiosa. Así como profundizamos en este símbolo, pedimos por los pastores de la Iglesia y por las vocaciones sacerdotales.
En no pocas ocasiones se ha dicho que el problema del hombre moderno es un problema de ruido. Está envuelto en ruido exterior e interior, agitado por toda clase de estímulos y sensaciones, llevado de una parte a otra por la ansiedad y las prisas; el hombre de nuestros días se ha quedado sin silencio y no sabe cómo curarse de esta grave enfermedad que comienza a arruinar su ser. El individuo no tiene oído para escuchar lo mejor de sí mismo. El hombre sin silencio y sosiego interior corre el riesgo de vivir dirigido desde fuera. Se convierte en un ser vulnerable al que falta consistencia interior y profundidad. Cualquier acontecimiento negativo puede hacerle perder estabilidad. Al hombre ruidoso se le hace difícil el encuentro con Dios. De ahí la importancia de ir cultivando el silencio, que permita ir refrescando la fe en Jesucristo y escuchar su voz que nos invita al seguimiento a una vida entregada.
Luego de escuchar es necesario discernir, de entre todas las voces, cuál es la voz del Señor, cuál es la voz de Él que nos conduce a la Resurrección, a la Vida en Dios. Discernir significa humildad y obediencia. Humildad respecto a los propios proyectos y obediencia respecto al Evangelio, criterio último, de manera que se viva un proceso siempre abierto y necesario, que puede completarse y enriquecerse con lo que Dios va colocando en el camino y permite darnos cuenta que para ser cristiano, lo más decisivo es la relación que se vive con Jesús. Solo esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes.
Cuando se discierne en Dios, se despejan todas aquellas cosas que nos van haciendo rígidos en la forma de poder responder libres y sin seguridades humanas al llamado de Dios. Ciertamente surgen dudas, temores y miedos que pueden provocar una respuesta condicionada al llamado de Jesús o una respuesta negativa a la invitación. Sin embargo, cuando permitimos que Dios sea Dios en nuestra vida, nos daremos cuenta que nuestra respuesta a la invitación del Señor, es una respuesta en la confianza y paz que provoca el oír, discernir y responder en el Señor Jesús.
En esta fiesta del Buen Pastor, pidamos al Señor para que surjan vocaciones. Que el llamado de Dios resuene en el interior de muchos jóvenes generosos, que tengan y realicen el deseo de entregar sus vidas para su servicio en el sacerdocio ministerial. Roguemos por todos los llamados para que cada cual cumpla su misión pastoral a imagen de Jesús, el Buen Pastor.
Por P. Andrés Valenzuela, Rector del Pontificio Seminario Mayor San Rafael de Lo Vásquez.
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