Reflexión Evangelio

Domingo 18 de agosto de 2024, vigésimo domingo del Tiempo Ordinario.

Jn 6, 51-59

San Alberto Hurtado (MO)

Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso

DOMINGO 20 B.

“COMULGAR CON LA PERSONA DE JESÚS”

En todas las culturas, también en la chilena, comer juntos es signo de comunión, de amistad, de parentesco. Comulgar a Jesús, comer a Jesús es lo mismo. El entra en comunión conmigo, entra en mi casa, en mi interior y preguntémonos ¿entro yo en comunión con Él? O ¿permanezco afuera, es sólo un encuentro protocolar, sin comunión?

Cuando ustedes y yo invitamos a comer o aceptamos la invitación no queremos sólo que la persona pruebe buena comida y sacie su estómago sino que lo principal es que entre en comunión conmigo y yo con él o ellos. Si esto no sucede es una comida materialista, interesada. Entrar en comunión es entrar en la persona, compenetrarse con la persona o con la familia.

Esto misma situación humana nos pasa con Jesús.  Él nos lo dice: El que me come vivirá por mí, vivirá en mí, vivirá de mí. Entraremos en el corazón del Señor. Comulgar es entrar en unión profunda. No será comer una hostia sino una Persona, la Persona entera de Jesús. Y el comulgar con Jesús nos hará empezar a parecernos a Él, a tomar sus criterios, dejar la insensatez, la falta de sabiduría como dice la primera lectura. Voy llenándome de Él.

Quiero agregar un texto del P. José Aldazabal que nos explica muy bien este texto: El pasaje que leemos hoy hace unas afirmaciones sorprendentes, que no se nos hubiera ocurrido pensar a nosotros sobre los efectos que debe producir la comunión eucarística con Cristo. Ante todo Jesús nos asegura que los que le coman tendrán una estrecha relación interpersonal con él: El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él. Es una admirable comunión que nos promete. Parecida a la que en otro capítulo (Jn 15) expresa con la comparación de la vid y los sarmientos.

Pero hay otra afirmación más profunda e inesperada. Jesús compara la unión que va a tener con los que le coman con la que él mismo tiene con el Padre: Igual que yo vivo por el Padre (del Padre), que vive y me ha enviado, el que me come vivirá por mí (de mí). Son afirmaciones muy fuertes. No la hemos inventado nosotros. La Palabra de Jesús, después de dos mil años, sigue fiel: el mismo es nuestro alimento y nos comunica su propia vida. Este pan y este vino de la Eucaristía, de un modo misterioso, pero real, son su misma Persona que se nos da para que nos desfallezcamos por el camino y tengamos vida en abundancia”

Dios nos invita a su banquete como dice la primera lectura: “Vengan a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado”. Siempre el Señor me está invitando  a su banquete, a su Comida. Si lo pensáramos seríamos más felices al sabernos invitados gratuitamente a la Cena del Señor. No es una invitación humana sino que el Señor con humildad y amor nos invita a su Comida. Comamos de su Palabra, recibamos su Cuerpo y Sangre gratuitamente. El vestido que Jesús espera que llevemos no es de lujos sino el de un corazón sencillo, bueno, generoso, hambriento, un corazón que tenga gana, ansia de participar.

En un texto para este año de la oración se nos invita a “Acoger a Jesús Eucaristía” “Es necesario vivir con más conciencia este importante momento con la certeza de que el Señor entra en la vida de cada uno y desea ser acogido en un corazón generoso y atento. Al acercarse a la Santa Comunión se pueden recitar, en el propio corazón, algunas oraciones en silencio que dispongan a recibir al Señor con mayor conciencia y agradecimiento.

Señor Jesús en este Año de la oración despierta en mí y en todos los cristianos los deseos de entrar en comunión contigo. Amén.

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.

VIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Año par. Ciclo B)

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos:

a.- Pr. 9,1-6: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado.

b.- Ef. 5,15-20: Daos cuenta delo que el Señor quiere.

c.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

– “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo” (Jn. 6, 51-59).

En el evangelio vemos como se pasa del discurso sobre el Pan de vida, al discurso sobre la Eucaristía. Hasta ahora, se hablaba del Pan de vida, se dice, Pan vivo (v.51), donde no se da un cambio objetivo, sino que se apunta más al símbolo del pan, que, a la persona de Jesús, porque ya no se habla de fe, sino de comer este Pan. La promesa de vida eterna mira hacia el futuro, el que coma de este pan vivirá para siempre. Con su enseñanza, Jesús, Sabiduría del Padre, nuevamente nos da acceso al árbol de la vida, del que Adán fue alejado (cfr. Gn.3,22-23; Pr.3,18). No se habla ya de Jesús como pan, sino del pan que ÉL dará, y ese pan es su carne, para la vida del mundo (v. 51). Todavía no se relaciona la Eucaristía con la Cena del Señor, como con la entrega de sí mismo, de Jesús a la muerte en la cruz (cfr.1Cor.11,24); Lc.19,22). Mientras las palabras de la consagración apuntan en los Sinópticos, al Cuerpo de Jesús y su entrega, Juan lo relaciona con el mundo, es su deseo expreso de universalizar la salvación (cfr. Mc.14, 22; Mt. 26, 26; Lc.22,19). Se da también, el paso de comer este pan, a comer su cuerpo. En esta última parte del discurso, Jesús hace toda una declaración acerca de la recepción de la Eucaristía.

– “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6, 54s).

La vida eterna, se consigue, además de creer en Jesús, como efecto, de comer su carne; el protagonista, no ya es el Padre, que da el verdadero pan del cielo, sino Jesús que da su Carne y Sangre. Se pasa del lenguaje simbólico acerca del pan, a la realidad sacramental en estos versículos eucarísticos. En el lenguaje simbólico, se habla de Jesús, como pan bajado del cielo, que hay que comer mediante la fe. Ahora se habla del Hijo del Hombre, cuya carne y sangre, hay que comer y beber, que hay que asimilar por medio de un banquete en que participar. El vocabulario que usa introduce términos como: comida, alimento, bebida, carne, sangre. Lo fundamental del mensaje, está en estas palabras: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» (v. 51). El uso de la palabra carne, en lugar de cuerpo o pan, nos acerca más al realismo de la Encarnación, se hizo carne por nosotros y de la Institución de la Eucaristía. Es por medio de la fe en Jesús, que nos viene la vida eterna, su misma carne, afirma ahora es el pan de la vida (v. 52). Comer su cuerpo y sangre, nos habla del pleno realismo de la humanidad de Jesucristo; es la lucha contra la espiritualización de su humanidad, pero afirmación, cierta y válida de su presencia eucarística. Quien quiera tener la vida de Jesús, debe participar de la Eucaristía (v.53). Se subraya el efecto salvífico: “Yo le resucitaré en el último día” (v. 54). Cena del Señor y escatología, van juntos en la tradición sinóptica y joánica (cfr. Mc.14, 25; Mt.26, 29; Lc.22, 17; 1 Cor.11, 26). Se pone de relieve, que la Carne y Sangre de Jesús, son verdadera comida y bebida (v. 55), con lo que el evangelista deja claro, que no se trata de una cena simbólica, sino que es una cena donde realmente se participa de la Carne y Sangre de Cristo.

– “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.” (Jn. 6, 56-57).

Finalmente, se describen los efectos sacramentales de la Cena del Señor, toca el tema de la inmanencia, que expresa la intensidad, persistencia y permanencia de la comunión de los creyentes con Jesús (v.56; cfr. Jn.15,1-7). Manifiesta Juan un principio cristológico esencial, el de la inmanencia: se trata de estar en el Hijo, y con el Hijo, y en el Hijo pueden los discípulos llegar a la comunión con el Padre, al igual que Dios se comunica a los discípulos sólo en el Hijo, a fin de permanecer en Él y Él en ellos. La permanencia de esta comunión tiene carácter definitivo, no sólo a nivel personal, sino también comunitario con el Señor glorificado. La permanente comunión con Jesús, se expresa y se realiza por la Eucaristía, es el fundamento para la persistencia de la comunión de vida escatológica entre el creyente y Jesús. El Enviado y Revelador del Padre, Jesús, vive por el Padre, participa de la vida divina, a su vez comunica esa vida a los creyentes. La cena sacramental del Señor comunica esta vida, quien participa de la Eucaristía, de la Carne y Sangre del Hijo del Hombre, participa de Cristo paciente, es decir, que el creyente hace suyos los frutos del misterio pascual de Cristo, su muerte y resurrección. La alimentación eucarística se contrapone al maná histórico, que comieron los padres en el desierto y murieron, el que come de este pan vivirá eternamente. La doctrina eucarística de Juan vincula la Cruz de Jesús: es el Hijo del Hombre, Crucificado y Exaltado, el que se hace Pan, para dar su carne por la vida del mundo (v.51). La Cena adquiere un carácter cristiano, porque Jesucristo, es el verdadero centro, sujeto activo: se trata de comer y beber la Carne y Sangre del Hijo del Hombre, lo que produce una profundización de una comunión con Cristo, a modo personal y eclesial.    

Lectura mística de S. Teresa de Jesús interpreta este pasaje evangélico: “Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin ÉL; que baste para templar tan gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente.” (Camino de Perfección 34, 3).

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