Reflexión Evangelio

Domingo 25 de agosto, 21° durante el año.

Jn 6, 60-69

Por: Pbro. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso

DOMINGO 21. Ciclo B.  San Juan 6,60-69

 ¿A QUIÉN IREMOS? TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA

El texto que hemos proclamado es el final del capítulo 6 del evangelio de san Juan y nos presenta la crisis de fe de los discípulos. “Es duro este lenguaje ¿quién puede escucharlo?” Dicen  muchos de sus discípulos. Claro, nuestra razón es limitada y cuando no entiende algo lo rechaza, lo deja de lado. Pero el lenguaje de la fe no es que vaya contra la razón, sino que va más allá. Es como el sol, que está ahí en el cielo, pero si lo miramos de frente podemos quedar ciegos. El papa dice de los magos que siguen la estrella: La estrella habla así de la paciencia de Dios con nuestros ojos, que deben habituarse a su esplendor (…)

Jesús dice que es el Espíritu el que da vida, la carne de nada sirve. Las palabras que Jesús nos dice son Espíritu y Vida. Son espíritu porque van más allá de nuestra carne, de nuestra razón. Son Vida con mayúscula, vida potente, son Vida de Dios.

Por eso recibimos la Palabra de Jesús no como palabra humana sino como es en realidad: la Palabra del Señor, que nos dice la verdad, que nos da su Espíritu. Dice el Papa en Lumen fidei: en la fe, el yo del creyente se ensancha para ser habitado por “Otro”, para vivir en Otro y así su vida se hace más grande en el Amor (…) el cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor que es el Espíritu. La Palabra de Jesús nos supera, va más allá de nosotros. Por eso necesitamos la fe para escucharla y profundizarla.

Dice Jesús: nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. Oremos al Padre para que Él nos conceda entrar en la intimidad de Jesús. Entrar en Jesús, ser habitados por Él, ser enseñados por Él.

Muchos de sus discípulos lo abandonan y no andan más con él. O sea que no encontraron en Jesús lo que buscaban, se desilusionan. Y Jesús pregunta a los Doce: ¿ustedes también quieren irse? Y Simón Pedro le responde: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. ¿A quién iremos? A los fariseos, a los filósofos, hoy podríamos decir, iremos a los hombres de ciencia. No a ninguno de ellos porque ellos tienen palabras humanas, buenas, pero limitadas, sólo para este mundo.

La fe es la luz de Dios que debe ir iluminando cada vez más nuestra inteligencia y voluntad.

Creo que es importante con este evangelio orar para pedir la fe.

Señor, nuestro corazón y nuestra mente son pequeños y débiles y por eso nos cuesta creer y entregarnos a Ti. Danos oídos y corazón abiertos para escucharte con apertura para que tu palabra ilumine nuestras tinieblas, nuestras oscuridades. Señor sólo Tú tienes palabras de vida eterna, evangelízanos siempre con tu Palabra para que sigamos tus huellas. Señor todas las palabras humanas son cortas, no satisfacen nuestro corazón. Que tu Palabra de amor y de esperanza nos inunde siempre. Que la fe en ti nos salve porque en Ti la vida se abre radicalmente al Amor del Padre que nos precede y nos trasforma desde dentro, que obra en nosotros y con nosotros.

La Virgen María es la mujer de fe. En Ella la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto. Oremos a la Virgen María, madre de nuestra fe: “Madre ayuda nuestra fe. Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe. Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien cree nunca está solo. Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús para que Él sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”. (Lumen Fidei 60)  Amén.

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana

VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Año par. Ciclo B)

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos:

a.- Jos. 24, 1-2.15-17.18: Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

b.- Ef. 5, 21-33: Este es un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

c.- Jn. 6, 60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

– “Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” (Jn. 6, 60s).

El evangelista Juan nos presenta la reacción de la muchedumbre, y de los apóstoles, ante el discurso eucarístico. Intolerables les resultan las palabras de Jesús por la relación que establece entre el discurso del pan, y la participación en el banquete del Señor; fe en su persona, en definitiva. La aceptación personal de Jesús en la propia vida es la clave de la fe. Jesús no priva a los hombres de su decisión, por ello, la pregunta acerca si les escandaliza con su propuesta de fe (v.61), lo que incluye también a los apóstoles. Comienzan a murmurar los judíos, lo que habla de su poca disposición para creer, lo que no quita que el escándalo pueda ser una posibilidad para comenzar a creer, o afirmarse en la propia fe. ¿Qué será entonces, cuando le vean subir, regresar al seno del Padre? Tema muy relacionado con el Pan bajado del cielo, descenso del Hijo, mencionado muchas veces en Juan, con lo que completa su cristología acerca del Hijo del Hombre (v. 62). Sólo el Espíritu Santo, hará comprender el misterio de la Eucaristía, realidad divina, que es fuente de vida para el hombre (v.63); permanecer en la carne, es quedarse en lo humano, en la indisposición para creer, puesto que una forma incrédula de ver afecta al objeto de la fe, que es Cristo, porque, puede ser un impedimento, para ver a Jesús glorificado. El Espíritu da vida, viene a significar que es el quien genera la fe en Jesús, lo que posibilita creer, y comprender rectamente sus palabras, con lo que, a su vez, el creyente tiene la experiencia de creer, que lo dicho por Jesús, entra en el ámbito del Espíritu; sus palabras son espíritu y vida verdaderos para el que cree (v.63). Pero Jesús, conoce el interior del hombre, como se conoce y su destino, sabe quienes creen y quienes no, incluido Judas, el traidor (v.64). Es el misterio de la fe y de la incredulidad que sólo el Padre conoce, y salva a los hombres, conduciéndolos hacia su Hijo, para conocerle a ÉL, por medio de la fe, dejándole siempre ejercer su libertad (vv. 65; Jn. 6, 37).

Sigue la vuelta atrás de muchos discípulos, que se alejan de Jesús, ya no le siguen, es el fracaso de su discurso entre esa gente, no se les mencionará más en el evangelio (v. 66). Fueron pocos los que quedaron, pero Jesús no priva a nadie de su decisión de fe, como tampoco se retracta de ninguna de sus palabras que facilite, sino el acto de fe. “Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Mc. 6, 67-69). La contra pregunta de Pedro, busca señalar la importancia de Jesús, para el creyente, no hay salvación fuera de ÉL: “Tú tienes palabras de vida eterna” (vv. 68-69), expresión exclusiva, que equivale a decir: sólo Tú, nadie más que Tú, puede comunicar vida eterna. Sus palabras, son de vida eterna, porque comunican la vida de Dios al creyente, la que sale al encuentro del hombre en Cristo Jesús. Viene entonces la confesión de fe: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (v. 69). Nos encontramos con la fe y el conocimiento, dos elementos muy presentes en Juan se necesitan y complementan mutuamente. Creer, es a la vez conocer, poseer una fe ilustrada y reflexiva; significa conocer, lo que genera un movimiento de fe, confianza y reconocimiento. Creer y conocer en Juan, en palabras de Pedro, portavoz de los Doce, revela una fe orientada sólo hacia la persona de Jesús. Ser el Santo de Dios, atributo personal de Jesús, equivale a decir, que ÉL pertenece total y absolutamente a Dios, y a su santidad divina. Esta confesión de Pedro es un auténtico acto de fe, porque nace de una situación concreta, toda una decisión de fe, respuesta a la pregunta que plantea la revelación, y no es el asentimiento a la propuesta de una doctrina, o resultado de una especulación. La respuesta de Jesús, encierra reserva y misterio, porque uno de los que ÉL ha elegido, lo va a traicionar, uniendo su acto a la esfera de Satanás (cfr. Jn.13, 2. 21-30). Judas, aparece como instrumento de las fuerzas del mal. El mensaje del Pan de Vida concluye con esta mezcla de confesión de fe, por parte de los apóstoles, pero también, de traición, preclaro anuncio del misterio pascual de Cristo, de donde nos vienen todos los bienes.   

Lectura mística. S. Teresa de Jesús, nos exhorta a unir a la oración del Padre Nuestro, el deseo de pedir diariamente al Padre el Pan de la Eucaristía: “Así que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer; que es otro mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta la vida.” (CV 34,5).

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