Octubre será el mes de los ofrecimientos, promesas y encantamientos. Situación habitual de las elecciones, pero que sólo será un simulacro si una vez electos los candidatos no están a la altura de las urgentes necesidades del país. Sin perjuicio de que la política debe domeñar en algún sentido la contingencia (seguridad, salud, migración, educación, etc.), su propósito allí no se agota, porque en verdad las dificultades sociales que se experimentan son consecuencia de una anémica función política.
Desde luego, la política tomo una opción en su forma de comprenderse así misma. Comenzó distanciándose de la religión, fruto de los miedos por las guerras religiosas, que, si bien tenían un sentido en principio virtuoso, terminó desplazando –y con ayuda de la Reforma– a la religión al ámbito privado de las personas. Con lo cual la política tuvo que formular un artificio abstracto, el Estado y sus leyes positivas, a fin de crear y ordenar una comunidad política. Pero tal creación, sustentada en la voluntad humana, pretendió, además, formular de un modo distinto la relación de la ética con la política. De ahí que Maquiavelo se erija como el fundador de un nuevo “continente” político en donde el gobernante no sólo trate con el bien, sino también, si es necesario, entre en el mal. El Leviatán de Hobbes hará que ese continente sea habitable. Pero el presupuesto se mantiene inalterable, esto es, los políticos no están llamados a las cosas grandes, sino que tienen una tarea más modesta: el mal menor (J.C. Michea). Esta idea resulta atractiva, sin duda, hacer de la necesidad virtud, pero ni siquiera permite un resorte mínimo para el imperativo kantiano. De hecho, el deber moral a la luz de la razón hoy escasea. Agreguemos también la emancipación de los deseos con el bastión de la libertad, ambición de organizar la sociedad en torno a un amor compartido por la libertad, desconociendo que una sociedad debe estar organizada por un amor compartido hacia varios bienes sustantivos, el primero de todos y fundamento de todo derecho el respeto a la vida.
Este panorama debilitó inevitablemente la función política, porque a la vez que se promovían estas “razonables” independencias, el progreso científico y especialmente económico, fundó nuevos géneros de vida acordes con los requerimientos del progreso. Un reajuste en el orden social, a la vez que antropológico. Y la política al verse expuesta a estos afanes, y movida por la necesidad de perpetuidad, se transformó en una mera “cadena de transmisión”, debilitándose su función mediadora. Así, las leyes no aspirarían a la ejemplaridad del bien y la verdad, ni los políticos, a la extensión por otros caminos de la ética. “Les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Nos mirarán como bienhechores y nos obedecerán con alegría” (Dostoievski).
Son los políticos los que pueden recuperar el estado de la política, a condición de que ejerzan su función con talante moral pensando en las personas y resguardando el bien común, dado que es la condición necesaria para la vida social. El Estado no puedo por sí solo emprender la tarea de la comunidad política, por ello, la política debe propiciar “subjetividades sociales” alejadas de las lógicas del mercado que cooperen en la atención social y revitalicen aspectos humanos en la sociedad. Pero como dijo Unamuno, en el fondo, la auténtica comunidad política solo es posible por la religión, allí se encuentra el “espíritu común”. Y no se requiere que todos sean creyentes, sino que se reconozcan en una misma tradición religiosa, en unos principios morales e instituciones alimentados por ella, en un ethos común que se respeta y vincula a los pueblos.
Por: Pbro. Alejandro González Hidalgo, Diócesis de Valparaíso.
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