Reflexión Evangelio

Domingo 16 de marzo, II Domingo de Cuaresma
Lucas 9, 28-36

Por: P. Julio González Carretti, OCD, Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA (Año Impar. Ciclo C)

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos:

a.- Gn. 15,5-12.17-18: Dios hace alianza con Abraham.

b.- Flp. 3, 17-4,1: Cristo nos transformará según el modelo de su cuerpo glorioso.

c.- Lc. 9, 28-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

– “Subió al monte a orar…mientras oraba su rostro se mudó y sus vestidos eran de un blanco fulgurante” (Lc. 9, 28-30).

La Transfiguración del Señor Jesús en el Monte, abre pone luz y da sentido a la pasión y muerte de Cristo; ella es preludio de su gloriosa Resurrección (cfr. Lc. 9, 21-25). Esta teofanía, devela el sentido del caminar de Jesús y los suyos hacia la muerte, hay victoria oculta en la Transfiguración. Su camino de muerte es signo de un gran fracaso, pero señala la realidad de su camino. De ahí, que cuando Jesús sube al Monte, para el evangelista, la divinidad está en el cielo, y lo más cercano al hombre son los lugares altos.  Un vez allí, mientras ora al Padre, la verdad se patentiza en su interior: Dios le colma de su presencia en lo interior, su Rostro se transforma y sus vestidos, se vuelven blancos como la luz (vv. 28-29). Lucas, habla que el rostro de Jesús se mudó (cfr. Mt.17, 2; Mc.9, 2). Lo que experimenta Jesús es mucho más, el resplandor de sus vestidos recuerda la luz del relámpago; Jesús experimenta la gloria que tenía desde el principio, gloria de Dios, que se hará presente en su persona con la Resurrección.

– “Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén” (Lc.4,30-32ss)

Entran en escena Moisés y Elías, hablando con Jesús, como testigos de la divinidad e identidad gloriosa de Jesús; representan, encarnan los libros del AT, la Ley y los profetas. Los tres, hablan de la partida de Jesús, su éxodo hacia Jerusalén. Su éxodo evoca el paso por el desierto de los israelitas camino de la liberación, pasando antes por la muerte; Jerusalén cumple con su fama de matar a los profetas, pero en Jesús, la muerte no tiene la última palabra. Tras la Cruz, viene la Resurrección, y luego la Parusía, porque toda la vida de Jesús es un continuo éxodo. Los apóstoles, cargados de sueño, pero permanecieron despiertos, contemplaron la gloria de Jesús y de Moisés y Elías (v.32; cfr. Lc. 22, 45). Ven y contemplan la gloria los secretos del Reino de Dios. Pedro lleno de gozo, ve que los compañeros de Jesús se marchan y quiere detener el tiempo, desde luego, vive una experiencia cumbre. Propone construir tres tiendas: una para Jesús otra para Moisés y otra para Elías.  “No sabía lo que decía” (v.33) ¿En qué pensaba Pedro? En la fiesta de las Tiendas, para quedarse ahí; no supo apreciar las personas que tenía delante; quería adelantar la consumación de los tiempos, antes de su final histórico, o no supo asimilar lo vivido.

– “Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (Lc. 4, 35ss).

La nube que lo envuelve todo, es de carácter teofánico, evoca la nube que guiaba al pueblo en el desierto, marcaba la presencia de Yahvé (cfr. Ex.13, 22; Lc.1, 36). Nube y presencia que luego se trasladaron al templo de Jerusalén, de ahí, el temor de los discípulos, puesto que la nube indicaba la presencia de Dios; la irrupción de lo trascendente rompe las expectativas humanas, se asustan y no saben qué hacer. Pero a lo visual, se agrega la experiencia auditiva, una voz que exclama: “Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (v.35; cfr. Lc.3, 22; Sal. 2,7; Is. 42,1).). Estas palabras, pueden ser una relectura de aquellas dirigidas a Moisés. “Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande” (Dt.18, 18). El evangelista propone que Jesús, es un nuevo Moisés, que trae un nuevo orden social. Las palabras del Padre se dirigen no al Hijo, sino a los apóstoles. El carácter cristológico del Bautismo se abre ahora al sentido eclesiológico, en este segundo relato. Mientras en el Bautismo el Hijo, es el Amado, aquí es el Elegido. Quizás es porque en el judaísmo se usaba esta palabra en relación, al Siervo doliente de Isaías, pero, además, porque Dios tiene un plan concebido para Jesús (cfr. Is.42,1). Llamarlo, Hijo amado, a Jesús, es confirmar que su filiación divina se realiza, en su mismo destino humano. Es un Hijo, que recibe todo el poder de su Padre, por su fidelidad a la voluntad divina (cfr. Sal. 2, 7; Is. 42,1). El Padre, nos invita a escucharle, porque le ha conferido todo poder, Jesús ha hecho su voluntad en forma incondicional, de ahí que la vida de los hombres tiene sentido, a partir del seguimiento de Cristo. La palabra del Padre revela el misterio del hombre Jesús, que camina hacia la muerte, se ha revelado como la realidad definitiva, la presencia de Dios en la tierra. La enseñanza es muy clara: no hay que hacer tiendas, están los apóstoles delante de un profeta muy superior a Moisés, hay una tarea que cumplir: evangelizar. Es curioso, es que al final del texto el evangelista, diga que los discípulos guardaron silencio de lo vivido en el monte (v. 36). Mientras los discípulos estaban con Jesús, no hablaron a nadie de lo visto del Reino de Dios y de sus misterios. La gloria del Reino se inicia con la muerte de Jesús, el Salvador, comunica la salvación por el camino del sufrimiento, de la Cruz y su Resurrección. A este punto los apóstoles, no estaban maduros, para asumir todo el contenido del misterio del Reino de Dios. 

Lectura mística. S. Teresa del Niño Jesús interpreta este pasaje evangélico. Teresa escribe a un joven misionero algo escrupuloso: “No crea que sea humildad lo que me impide reconocer los dones de Dios; yo sé que él ha hecho en mí grandes cosas, y así lo canto, feliz, todos los días. Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonado debe amar más; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me preocupo en absoluto por ser un alma pequeña, al contrario, me alegro de serlo. Y ése es el motivo por el que me atrevo a esperar que «mi destierro será breve»4. Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré si el Señor no se digna, él mismo, transformarme. Él puede hacerlo en un instante, y después de todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su misericordia infinita” (Cta.224).

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