
Domingo 30 de marzo, IV Domingo de Cuaresma, Lc 15, 1-3. 11-32
Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.
VOLVAMOS AL AMOR DEL PADRE
4 CUARESMA C.
El personaje principal de esta parábola es el Padre: aparece nombrado más de doce veces en el texto. Jesús quiere presentarnos el verdadero rostro de Dios, quiere mostrarnos como es la bondad del Padre, el amor misericordioso del Señor. Quiere convencernos de la verdadera imagen del Padre Dios para que confiemos en Él, para que descansemos en su amor. Todos tenemos una imagen deformada de lo que es Dios, algo que también les sucedía a los contemporáneos de Jesús por eso, no lo entienden y al final lo matarán.
Este amor del Padre se nota en la parábola:
– en que al hijo menor le da libertad sabiendo que la usará mal. Le da la herencia sabiendo que la malgastará. Le da confianza, lo deja que actúe como adulto.
– en que al hijo menor espera que vuelva, de tal modo que “cuando todavía estaba lejos (el hijo menor), su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”. Es un Dios que sale a nuestro encuentro, que no nos deja botados en el pecado, en la destrucción de nosotros mismos.
– le deja el discurso de arrepentimiento en la mitad, le devuelve su dignidad de hijo con ropa limpia y anillo y le hace una fiesta. Se olvida del pecado de desprecio del hijo y de malgastar la vida.
– este amor del Padre ruega al orgulloso hijo mayor para que entre a la fiesta de su hermano, lo busca para que se alegre y no se quede en el pecado de rechazar el amor de su Padre.
En los hijos menor y mayor Jesús nos quiere presentar como somos nosotros. A veces somos hijos menores y a veces hijos mayores.
Somos hijos menores cuando abusamos de nuestra libertad, nos dejamos llevar por lo que nosotros creemos, no por lo que Dios nos enseña. Somos los que buscando ser libres terminamos siendo esclavos de nuestras debilidades (“el que era totalmente libre se convierte en un miserable esclavo” Benedicto XVI). Somos hijos menores cuando nos vamos de la Iglesia, no participamos o lo hacemos selectivamente. Cuando nos alejamos de nuestro grupo, movimiento o comunidad. Nos cambiamos de parroquia o de Iglesia. Los hijos menores cometemos pecados que nos avergüenzan por eso volvemos al Padre, son los pecados de debilidad: sexuales, de comida, bebida. El pecado en el hijo menor es tan evidente que no lo puede esconder; viene sucio y descalzo. Pero lo bonito de este hijo es que el pecado lo hizo humilde, porque aunque está derrotado, fracasado vuelve a la casa de su Padre.
Somos hijos mayores cuando nos creemos buenos y santos, cuando cumplimos con todo pero no tenemos amor. Los hijos mayores solemos ser los que participamos en la Iglesia y nos creemos ya buenos y justos: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes”. Somos los legalistas, los que vivimos por el mínimo esfuerzo, vivimos del cumplimiento: cumplo y miento. Somos los que le pasamos la factura de nuestros actos a Dios. Somos los que vemos los pecados de los demás y no vemos los nuestros, nos cuesta perdonar a los demás, no somos misericordiosos sino juzgadores, intolerantes. Lo malo de ser hijo mayor es que no nos damos cuenta de que nuestro pecado es más grave que el del hijo menor. Porque el menor se arrepiente, en cambio éste no. Somos los que no sabemos de qué confesarnos, siempre acusamos a los demás. Cuando soy hijo mayor me cuesta reconocer mis pecados, pero tenemos los peores, que están escondidos que son la soberbia, la altanería, el desprecio de los demás (“ese hijo tuyo”), el ser duros de corazón para enjuiciar a los demás, la hipocresía, el fariseísmo. El hijo mayor ha de convertirse del Dios-Ley al Dios más grande y verdadero, al Dios del amor. Somos hijos mayores porque en el fondo envidiamos al “que se porta mal”, nos llenamos así de amargura y de legalismo.
Visto 200 veces, 18 vistas hoy