Reflexión Evangelio

Domingo 14 de abril, 3° de Pascua

PASCUA 3 B.

Tóquenme, véanme, soy yo mismo

Por: P. Ramón Tapia, Diócesis de Valparaíso.

Creían ver un espíritu. Por qué están turbados, con dudas; atónitos y llenos de temor. Miren, tóquenme, vean, les mostró las manos y sus pies. En la vida nos pasa a todos que creemos ver un fantasma, un espíritu. Vemos el futuro y nos llenamos de fantasmas, de cosas que no existen, de cosas irreales, de miedos, de inseguridades. Son cosas creadas en nuestra razón, en nuestra imaginación, no son verdaderas, no existen en realidad. No sólo los niños tienen miedo a los espíritus, a los fantasmas también los adultos por eso vivimos tan inseguros. El Señor nos hace ver que él es real, es verdadero, es de carne y hueso. Tóquenme, véanme, soy yo mismo. Nuestra fe no es una utopía, no es una cosa irreal. El más real de todos es el Señor. Come con ellos. El Señor está en nuestra realidad, en nuestra vida concreta, a veces como a los discípulos nos cuesta creer por la alegría y la admiración. A nosotros muchas veces nos cuesta vivir en la realidad, vivimos en la imaginación pensando situaciones que no existen, creamos fantasmas en nuestra cabeza. Cuando nuestra realidad es muy dura nos evadimos con la imagibación. O nos evadimos volviendo a nuestra niñez que fue muy bonita o imaginamos una vida distinta a la que llevamos. Huimos de la realidad, vivimos de fantasmas. Pero el Señor se encuentra en la realidad, en la vida concreta de todos los días. El Papa Benedicto dijo en Aparecida: “Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable, no hay camino y, al no haber camino no hay vida ni verdad. Dios es la realidad fundante, no un Dios pensado o hipotético sino el Dios de rostro humano: es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz” “la primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano”

Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras. La Biblia no es un libro cualquiera, no se lee como los demás, es necesario que el Señor nos abra el entendimiento para que la apliquemos a nuestra vida, para que así la Palabra nos hable directamente a nosotros, no sea una Palabra sellada, difícil de comprender. Los humildes y los que tienen mucha fe comprenden las Escrituras y la van poniendo en práctica, la van haciendo vida en su propia vida.

Es necesario orar mucho para que el Señor nos abra el entendimiento porque nuestra razón quiere entenderlo todo y el orgullo nos puede llevar a aceptar sólo lo que entendemos. Nos dice el Papa Francisco en su Carta del Año de san José: “Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia” deja que Dios le abra el entendimiento y le vaya haciendo entender el Misterio de Dios. Tú y yo cuando no entendemos los Misterios de Dios porque nos sobrepasan debemos orar humildemente al Señor y esperar que Él nos abra el entendimiento. Que nos dé la luz de su Espíritu. Los misterios de la fe no van contra la razón sino que están sobre la razón. Nuestro entendimiento  necesita una luz más grande que ilumine lo que no puede comprender por su limitación humana, esa es la Luz del Señor. El Papa Francisco en su encíclica Lumen Fidei  dice: “Por la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del Amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (L F 18)

Por Cristo, con Cristo y en Cristo podemos creer  y testimoniar la Resurrección. Oremos unidos a Jesús resucitado cabeza de la Iglesia, recemos como humildes miembros de su Cuerpo.

TERCER DOMINGO DE PASCUA (Año par. Ciclo B)

Por: P. Julio González C., Pastoral de Espiritualidad Carmelitana. 

Lecturas bíblicas:

Abrimos nuestra Biblia y buscamos estas lecturas del próximo domingo:

a.- Hch.3, 13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

b.- 1Jn. 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.

c.- Lc. 24,35-48: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

– “La paz con vosotros” (Lc. 24,36s).

El evangelio nos presenta una segunda aparición del Resucitado a sus discípulos, la primera es a los discípulos de Emaús (vv.13-35). Mientras los discípulos conversan de estos acontecimientos, Jesús se hace presente en medio de ellos y les saluda: “La paz con vosotros.» (v.36). La paz que el Resucitado ofrece más que desear los dones de Dios como antes, ahora tiene por objeto el amor de Dios Padre (cfr. Lc.2,14; Hch.10,35). Esta presencia repentina del Resucitado, causa algo de miedo, por este nuevo modo de ser de Jesús resucitado, que está más allá de la compresión humana, creen ver un espíritu (v.37; Lc.1,12;2,9; 24,5). Lucas, insistirá en la corporeidad de Jesús para evitar pensar que todo es producto de la imaginación, fantasía o visiones internas por ello el Resucitado quiere disipar las dudas que anidan en sus corazones (v.38).  Jesús les muestra las huellas de la pasión ahora en su cuerpo de Resucitado (vv.39-40; Jn.20,25.27). Asombro y alegría se hacen presentes en los corazones de los discípulos porque Jesús está vivo, y para confirmar su corporeidad, les pide algo de comer. “Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.” (v.43). Como Lucas escribe para griegos, que dudaban de la Resurrección, insiste en la realidad física del cuerpo de Jesús, les presenta las marcas de los clavos de la crucifixión (cfr. Jn. 20, 25. 27). Su cuerpo glorioso tiene carne y huesos, como cuerpo Resucitado, no tiene necesidad de alimento, pero asume, las condiciones de quien está vivo, sujeto, a estas necesidades humanas (cfr. Lc. 24,26; Hch. 10, 41;1 Cor.15, 35-49).

– “Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras” (v.45). Jesús les recuerda que en todos los hechos finales de su vida se han cumplido las Escrituras (v.44). El Resucitado, les abre el entendimiento para que comprendan las Escrituras (v.45). Se necesitaba esta gracia, comprender en profundidad las Escrituras, donde la pasión y resurrección corresponden al designio de Dios Padre. Pero este cumplimiento se refiere también, al anuncio de la salvación. En nombre del Resucitado, con su autoridad, este anuncio es para la conversión de los hombres, el perdón de los pecados, y debe llegar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (v.47). Esta universalidad de la salvación por Cristo, llevada adelante por la Iglesia apostólica será el contenido de los Hechos (Hch.1,68; 2,14; 5,29). De este modo los apóstoles quedan constituidos en testigos de que han estado con Jesús desde el comienzo de su ministerio, y darán testimonio de ÉL hasta los confines de la tierra (Hch.1,8). Les asegura que recibirán la fuerza que viene de lo alto, el Espíritu Santo, para llevar a cabo esta misión. Deben quedarse en la ciudad hasta que se cumpla la Promesa del Padre, ser revestidos de su poder (cfr. Hch. 1,4 ;2,3-39; Gal.3,14. 22; 4,6; Ef.1,13; Jn.1,33).

Lectura mística de este pasaje evangélico: S. Teresa reconoció a Resucitado, el mismo que había sido crucificado: “Porque en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que proceden de aquí. Y de pensar la gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo” (Libro de la Vida 12,1).

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